Redacción
14/06/2011
Este fuerte incremento del IPC en mayo es el récord de los últimos 34 meses a pesar de las numerosas medidas aplicadas por las autoridades económicas de la República Popular.
Según la
Oficina Nacional de Estadísticas china, el incremento en un 11,7% de los precios de los alimentos, junto con el de las materias primas, han situado el IPC en un nuevo máximo contra los deseos del gobierno, que se ha marcado el objetivo inflacionario del 4 para el conjunto de 2011.
De nada han servido hasta el momento las sucesivas subidas de tipos decretadas por el Banco de China, cuatro desde el pasado mes de octubre.
Los analistas esperan que, a la vista de estos datos de inflación, las autoridades monetarias decidan la semana que viene un nuevo encarecimiento del precio del dinero.
Con todo, también creen que nada va a poder evitar que el IPC se sitúe en un 6% de incremento en junio respecto al mismo mes de 2010.
Si bien es cierto que el dato refleja, en realidad, el fuerte dinamismo de la economía china, al ritmo de sus crecimientos cercanos a los dos dígitos, la inflación preocupa seriamente al gobierno chino.
En particular porque afecta más a factores sensibles, como los alimentos y el petróleo, por ejemplo.
Un incremento en un año de casi el 12% en el precio de los alimentos, todavía uno de los mayores gastos de las familias chinas, supone una grave pérdida de poder adquisitivo para muchas de ellas, en particular para las que todavía andan rezagadas respecto al gran desarrollo de las dos últimas décadas.
El potencial desestabilizador en el terreno político del aumento de los precios es manifiesto, puesto que mientras las familias pierden poder adquisitivo, aumentan las diferencias sociales con aquellos que se enriquecen exponencialmente.
El descontento popular provocado por el incremento de precios y la corrupción rampante es el principal desafío potencial al que hacen frente las autoridades comunistas chinas.
Temen más que a cualquier otro factor, una eventual revuelta popular contra los precios, que rápidamente podría derivar, a imagen de las revueltas árabes, en un cuestionamiento político del régimen y demandas de democratización.
Otra cosa es si este incremento de los precios se ve compensado, como es previsible, por marcados incrementos salariales en la “fábrica global”, única forma de garantizar mano de obra suficiente para seguir alimentando las cadenas de producción.
Es más, la propia “fábrica global” está en fase de transformación, evolucionando hacia una mayor calificación y dejando el modelo de éxito de los noventa, la mano de obra intensiva y el bajo valor añadido, para otras economías asiáticas más atrasadas.
Es cierto que los incrementos salariales para garantizar el buen engranaje de la industria pueden redundar en la tendencia inflacionaria.
Pero ante esta dinámica, Pekín lleva tiempo aplicando otras medidas, en particular en el sector bancario, para enfriar la economía.
De hecho, salvo en el apartado de los precios al consumo, la estrategia, basada en controlar el crédito y la liquidez y aumentar las provisiones de fondos de los bancos, parece estar funcionando.
Los créditos concedidos, la producción industrial y las ventas al detalle han remitido ligeramente en mayo respecto a abril.