Redacción
03/05/2011
La muerte de Osama Bin Laden por una operación de las fuerzas especiales norteamericanas en suelo pakistaní ha llevado a cuestionar seriamente el papel de Pakistán en la lucha contra el terrorismo.
Washington asegura que no comunicó al gobierno de Islamabad la acción que iba a llevar a cabo y que acabaría con la vida del líder terrorista más buscado del mundo. Y el presidente de Pakistán,
Asif Alí Zardari, corrobora que no fue una acción conjunta y que su país no colaboró en modo alguno en el asalto.
Esta situación demostraría hasta qué punto Estados Unidos desconfía del gobierno de Zardari, teórico aliado contra el terrorismo, y de su poder real sobre sus servicios de inteligencia, el ISI.
Las circunstancias en que se ha desarrollado esta operación dejan en el aire numerosas preguntas. Al contrario de los que se suponía, Bin Laden no se escondía en las montañas porosas de la frontera con Afganistán, de difícil acceso, sino que vivía en un complejo residencial a menos de cien kilómetros de la capital y en la misma ciudad, Abbottabad, que alberga una importante academia militar. ¿Es posible que nadie en Pakistán –ni el gobierno, ni el ISI, ni ningún ciudadano en busca de recompensa- tuviera indicios de ello?
El responsable de la política antiterrorista de la Casa Blanca, John Brennan, ha asegurado que es “
inconcebible” que Bin Laden se pudiera mantener en secreto, incluso en una casa con 23 niños y 10 mujeres, sin tener una red de apoyo en Pakistán, aunque no ha concretado a qué tipo de apoyo se refería.
La vecina India, que ha acusado reiteradamente a Pakistán de no hacer lo suficiente por evitar los atentados de signo islamista en su territorio y que ha acrecentado sus críticas tras los atentados múltiples de Bombay de 2008, aseguraba este lunes que lo ocurrido demuestra que Pakistán es un “santuario para los terroristas”.
Ante la oleada de críticas, el presidente Zardari se ha apresurado a defenderse en un artículo publicado en
The Washington Post. En él recuerda que Pakistán es uno de los países del mundo que más ha sufrido por culpa del terrorismo –él mismo es el viudo de la asesinada Benazir Bhutto- y que en ningún caso se puede poner en entredicho su papel en esta guerra, que asegura que es tan pakistaní como norteamericana.
Zardari explica que a pesar de no haber participado en la operación final contra Bin Laden, ésta ha sido posible gracias a una década de cooperación entre Washington e Islamabad y que Pakistán paga un precio muy alto por ello.
De hecho, el portavoz del grupo talibán de Pakistán Tehrik i Taliban, Ehsanulá Ehsan, declaraba horas después del asalto que los gobernantes de Pakistán pasan ahora a ser su principal objetivo, mientras que Estados Unidos sería el segundo.
Por ello tampoco es descabellado pensar que, como ha ocurrido con los ataques aéreos norteamericanos contra suelo pakistaní, el débil gobierno de Zardari no pueda reconocer en público hasta qué punto conocía la operación. Podría tratarse de un pacto de silencio por temor a la reacción de la población, de la oposición y de todos los grupúsculos terroristas que operan en el país.
Pakistán ha recibido en la última década más de 11.000 millones de dólares de Estados Unidos en ayuda militar para la lucha contra Al Qaeda. Ante posibles actos de venganza, Estados Unidos ha cerrado sus consulados en las ciudades pakistaníes de Peshawar y Lahore.