Dos sesiones, dos agendas
El parlamentarismo chino tiene en las sesiones que cada marzo se reúnen en Beijing un referente inexcusable. Las "multitudinarias" Asamblea Popular Nacional y Conferencia Consultiva Política, que culminan una singular pirámide bicameral que arranca del nivel de base territorial, realizan sendos ejercicios de síntesis de los principales problemas que resumen la agenda china y ofrecen una radiografía del momento del país a casi todos los niveles.
En la edición de este año también han destacado dos agendas. En la primera cabe mencionar la reestructuración económica, el crecimiento, el medio ambiente, la lucha contra la pobreza, etc., vectores que confluyen en el aprobado XIII Plan Quinquenal, clave para construir esa sociedad acomodada que fue enarbolada como bandera de la reforma en sus inicios. También aquí ha habido menciones a una diplomacia china a cada paso más presente pero sin afán, se asegura, de subvertir el orden vigente comandado por Occidente. El pacifismo de este proceso, desmentido por algunos a la vista del incremento de las ambiciones en los mares aledaños de China, está fuera de toda duda, se ha dicho en las asambleas.
En la segunda agenda impera otra atmosfera, muy condicionada por otro debate complementario caracterizado, sobre todo, por lo que no se dice abiertamente pero que planea sobre las cabezas de los gestores de la maquinaria burocrática china.
La percepción de que el actual momento en China entraña cierto peligro viene determinada no solo por los datos económicos sino, sobre todo, por los llamamientos a secundar a pies juntillas las políticas oficiales y a su valedor principal, Xi Jinping. No es momento de dudas sino de blindar el Partido convirtiéndolo en una maquinaria a punto para ejecutar las reformas aprobadas.
En este contexto, esperar una cierta autonomía parlamentaria, continuamente reivindicada y continuamente dejada de lado, es mucho pedir, ya hablemos de libre expresión de los puntos de vista o de ejercicio de control de la actuación del poder ya que cualquier expresión discrepante puede ser calificada de "indebida".
La demanda de absoluta lealtad recuerda a la obediencia ciega de otro tiempo y si cualquier comentario que no concuerda con las líneas, los principios y las políticas del partido, ya sea en Internet u otros medios, no está permitido, el riesgo de interpretar este mandato como un abuso de su propia posición es plausible.
El temor a la inestabilidad política, producto de un crecimiento insuficiente y de unos ajustes que pueden tener un severo impacto social, agita el PCCh, a medio camino entre su condición de ariete del cambio y garante de la presunta infalibilidad de su secretario general.
Esa reducción de los canales internos para discutir sobre la política del partido completada con el llamamiento a "abanderar la postura política correcta", la invocación de que no se puede dudar del liderazgo del partido en ningún momento y bajo ninguna circunstancia, puede no ser lo más aconsejable en momentos como las actuales, cuando la gravedad y urgencia de los problemas a atender requieren una discusión profunda, a la postre enriquecedora.
Apostar por el blindaje a cal y canto de las tesis apadrinadas por el secretario general puede no solo conducir a un renovado culto a la personalidad sino, sobre todo, a una primera muerte de la institucionalidad plasmada en las últimas décadas y que representó siempre un activo de incalculable valor del PCCh que le permitió resolver problemas decisivos de su política interna.
La preocupación que China nos transmite no se limita, pues, a las vicisitudes de su economía sino también al giro de su política interna. La primera tiene una guía visible en el XIII Plan Quinquenal. La segunda transita por el lado invisible de las cábalas y conjeturas derivadas de una opacidad al alza.
Xulio Ríos director del Observatorio de la Política China