La ofensiva asiática de China
La reciente cumbre de APEC celebrada en Pekín ha puesto la guinda a una febril actividad diplomática que China orienta a conformar un proyecto integral para la región asiática. Con impulso y ambición suficiente para trascender las limitaciones y dudas suscitadas por el Pivote Asiático de la Administración Obama, las autoridades chinas postulan un Asia autogobernada por los propios asiáticos, es decir, con Washington, como mucho, en segundo plano. ¿Es viable?
La revitalización de la Ruta de la Seda, la Ruta Marítima de la Seda, los corredores económicos de Pakistán y de Bangladesh-India-Myanmar, el TLC con Seúl y Tokio, el TLC con los países de ASEAN, la triangulación con Mongolia y Rusia, etc., conforman una espiral de iniciativas de integración que ahora se completaría con la propuesta del Área de Libre Comercio para Asia-Pacífico, a culminar en 2025.
La economía es la punta de lanza de esta estrategia que tendría su complemento en el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras y otros fondos sectoriales y multilaterales que facilitarían la conectividad de la infraestructura, tecnología y recursos humanos, soslayando el mayor problema, la falta de fondos financieros, superando de lejos las posibilidades de los bancos internacionales existentes.
La evolución en la región muestra un doble dinamismo con el discurrir paralelo del crecimiento y la integración. Los acuerdos de libre comercio en el área pasaron de 70 en 2002 a 257 en 2013. Seis de los diez mayores destinos de la inversión china entre 2005 y junio de 2014 fueron países miembros de APEC. ¿Alguien está en condiciones de dar alcance a China? Pekín quiere llevar la iniciativa y marcar la agenda imponiendo un ritmo difícil de seguir, superando las dinámicas de bloques excluyentes (su RCEP frente al TPP liderado por EEUU).
En lo político, la propuesta de una Casa Común Asiática abierta al exterior y comprometida con un nuevo orden de seguridad debiera permitir incrementar la influencia global propia y del continente y garantizar el acompañamiento de las transformaciones económicas de las últimas décadas con avances que preserven la estabilidad blindando la región frente a dinámicas de diverso signo que la subordinen o la hagan más dependiente de actores externos.
En el ámbito de la seguridad, la CICA (Conferencia sobre Interacción y Medidas de Construcción de la Confianza en Asia), vestida de gala en la cumbre de Shanghái de mayo último, concreta una plataforma propiamente asiática para gestionar los contenciosos regionales. Si la CICA logra consolidarse como un sistema de seguridad multilateral que funcione conforme a parámetros no deudores de los criterios y políticas occidentales, en el desarrollo de Asia y del mundo se atisba otro futuro. Pero por el momento, nos movemos aun en el plano del simbolismo y de las buenas intenciones. Ahora, bajo presidencia china tras el relevo otorgado por Turquía, la CICA encara el reto de erigirse como principal referencia en materia de seguridad de esa nueva Asia que con el 67 de la población mundial y un volumen económico equivalente a la tercera parte del global, podría, en solo tres lustros, representar la mitad del PIB total del planeta.
En otro plano, la Organización de Cooperación de Shanghái seguiría centrada preferentemente en la lucha contra el terrorismo. Las autoridades de Pekín tienen motivos más que sobrados para temer el contagio terrorista en Xinjiang. Les interesa, en efecto, combatir el extremismo religioso en los países vecinos, incluyendo aquellos de Asia Central donde las conexiones son evidentes con la insurgencia uigur. En línea con el llamado Proceso de Estambul, promovido por Turquía, China apuesta por la reconciliación entre las diferentes facciones afganas como germen de la estabilidad en el país.
La heterogeneidad del continente, a falta de un espíritu de comunidad, y la multitud de complejidades y tensiones que habitan en su seno, aconsejan que cualquier propuesta de entendimiento para la región incorpore valores como el respeto a la diversidad y el diálogo en igualdad de condiciones. Esto obliga a prescindir de tamaños y a desarrollar políticas inclusivas que permitan enfrentar las amenazas comunes eludiendo el regreso de viejos vasallajes.
China encuentra en Japón e India un primer frente de resistencia, ambos poco inclinados a aceptar sus afirmaciones de soberanía y estrategias de influencia. Pequín intenta multiplicar su ofensiva diplomática para hacer contrapeso de la báscula estratégica de Washington, pero cuando sus acciones van acompañadas de conductas desestabilizadoras en los litigios territoriales y mares aledaños, las tensiones se inflaman facilitando la plasmación de alianzas que complican el juego chino, especialmente entre Hanói y Nueva Delhi que incrementan su cooperación en el campo de la energía y la defensa, pero también involucrando a otros países como Filipinas.
La preponderancia económica de China le otorga una posición privilegiada pero no le garantiza la confianza de los países vecinos. Su activísima diplomacia de vecindad no puede pasar por alto un diálogo profundo con EEUU sobre el orden futuro de la región a fin de conjurar los riesgos de desestabilización. En cualquier caso, su regreso al centro del sistema internacional pasa por la consolidación primero de su liderazgo en la región inmediata. Y a la vista está, en ello se afana.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.