Abe, Modi, Xi, Jokowi… el rumbo de Asia y el Pacífico en 2015
El año 2015 empieza con más incógnitas que certezas para la región de Asia y el Pacífico tras un 2014 en el que se han consumado algunos cambios de ciclo de gran calado, como los nuevos liderazgos en India e Indonesia, y se han consolidado los de las dos primeras economías del área, China y Japón. En los próximos meses veremos cómo se plasma esta nueva realidad en el hemisferio oriental.
Los retos para las grandes naciones de Asia son distintos, claramente. No se enfrentan Abe o Xi a economías del mismo desarrollo, no se corresponden los retos para el indio Modi, un viejo conocido de la política, con los que va a encontrarse Joko Widodo, el primer presidente de Indonesia que no proviene de la casta política tradicional enquistada desde la independencia.
Pero sí comparten algo que se puede considerar más intangible, aunque igualmente determinante: inician un nuevo ciclo político y económico, cada uno a su manera, según la idiosincrasia política de la potencia a la que representan y la coyuntura en la que se encuentra cada una de ellas.
En el caso de las dos primeras economías de Asia, potencias rivales y enfrentadas, China y Japón, los líderes respectivos han consolidado en los últimos meses de 2014 sus resortes en el poder.
En primer lugar, el presidente chino, Xi Jinping, que no concurre a elecciones, ha despejado claramente el camino para su ejercicio del poder sin rivales visibles. Por primera vez desde la muerte de Deng Xiaoping, China vuelve a estar gobernada por un mandatario con un poder indiscutido.
A tal extremo, que Xi Jinping se ha atrevido a procesar, en una situación inédita en la China postdeng, a un exmiembro del Politburó, el núcleo duro de la dirección comunista. Zhou Yongkang será juzgado, lo cual demuestra que Xi Jinping no teme la información de la que pueda disponer el que fuera todopoderoso responsable de la seguridad en el régimen chino hasta 2012.
Además, poco después de confirmarse el procesamiento de Zhou, también caía dentro de las redes de la campaña anticorrupción de Xi el que fuera mano derecha del anterior presidente, Hu Jintao.
Y sin embargo, que Xi aparezca como un líder incontestado, como lo fueron Mao o Deng, contrasta con las nuevas incertidumbres que se ciernen sobre la gran potencia emergente, básicamente de índole económico pero, que de una manera u otra, se traducirán en retos sociales y políticos.
China debe modificar el modelo económico sobre el que ha basado su éxito de las últimas tres décadas, el de fuerte inversión y producción basada en grandes cantidades de mano de obra intensiva.
Debe convertirse en una potencia consumidora y con servicios que reabsorba la caída de la demanda exterior y su pérdida de competitividad en mano de obra, por el propio desarrollo y la apreciación del yuan.
El proceso conlleva riesgos sociales evidentes, como una reducción del crecimiento del PIB que no dé satisfacción a las necesidades de empleo de una sociedad de 1.400 millones de personas.
El crecimiento del paro es un escenario imprevisible que lleva al descontento social. Incrementar los incentivos puede generar inflación, otro elemento que conduce al descontento social.
Pequín deberá moverse en un estrecho equilibrio para garantizar la estabilidad económica que le garantiza la adhesión de la mayoría.
En China la estabilidad política se mantiene gracias al buen balance económico y a la férrea mano dura y control policial.
Precisamente en 2014, Pequín ha hecho frente a un desafío democrático frontal, en su territorio autónomo de Hong Kong donde experimentar con la reforma política. Los habitantes de la excolonia han demostrado que no comparten la democracia tutelada que Pekín está dispuesto a implantar en el territorio en 2017.
Con todo, ambas partes han hecho prueba de moderación y de querer salvar la estabilidad por encima de las convicciones, una solución temporal y solamente asumible en un territorio como Hong Kong donde los ciudadanos disfrutan de amplios márgenes de libertad personal y civil y donde sí existe, a diferencia del resto de China, un sistema judicial independiente.
Esa, junto a la reforma política, es la gran asignatura pendiente de China y de Xi Jinping. A pesar de los propósitos manifestados desde los órganos de poder del Partido en el sentido de fomentar la existencia de un sistema judicial más justo, no existen hasta la fecha planes específicos para la total separación del poder judicial y del político.
Es una reforma inaplazable en un país en el que la clase media emergente no va a poder defender sus derechos sin una justicia independiente, otro posible motivo de descontento social.
Cuatro años de Abenomics por delante
A diferencia de su rival Xi Jinping, que dirime su liderazgo en las bambalinas del Partido, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, además de despejar el camino de rivales en el Partido Liberal Demócrata, ha buscado en las urnas el aval a sus políticas económicas para sacar a Japón de dos décadas de letargo.
Y lo ha obtenido a finales de 2014 tras forzar unas elecciones anticipadas.
Abe se había imaginado un año 2014 mucho mejor del que finalmente dejó a Japón en un nuevo período de recesión técnica. De hecho, el incremento del IVA, la medida que debía contribuir a cambiar el escenario en el que se han fraguado el estancamiento de las dos últimas décadas, no hizo más que empeorar las cosas.
El objetivo del paso del 5 al 8% de impuesto sobre el consumo, que entró en vigor en abril, era conseguir ingresos para el erario público que permitieran rebajar el abultado nivel de endeudamiento.
Sin embargo, paralizó la economía, que supuestamente debía responder a los estímulos de las políticas conocidas como Abenomics.
Consciente de que la oposición no estaba en buena situación de liderazgo y alternativas políticas para hacerle sombra, Shinzo Abe se ha concedido gracias a la victoria electoral cuatro años más de margen para que den resultados sus planes.
Para empezar ya se ha comprometido a no aplicar la segunda subida del IVA prevista para este 2015.
Abe no ha suavizado en particular su imagen de halcón nacionalista pero sí ha hecho el gesto de darse la mano con el presidente chino, Xi Jinping.
Se trata de una de las imágenes, de las instantáneas de 2014, un segundo de flash y nada más, con cara de circunstancias por parte de ambos mandatarios, en particular el presidente chino.
Aun así, la tensión alrededor de la soberanía de las islas en disputa, las Senkaku-Diaoyu, parece haber pasado a un segundo plano coincidiendo con la foto del saludo entre ambos mandatarios con ocasión de la cumbre de APEC celebrada en la capital china.
Un político diferente para un emergente distinto
Que China o India son los dos grandes pesos regionales que hacen gravitar el centro del mundo hacia el hemisferio oriental es evidente, por magnitudes y peso histórico.
Pero resulta menos evidente ver en Indonesia un motor económico regional tal como realmente es. Aunque el crecimiento del tercer trimestre de 2014, un 5,01%, queda muy alejado del 7% que se propone alcanzar el presidente Joko Widodo, no deja de ser una expansión envidiable para otros emergentes.
De hecho, las causas del estancamiento del crecimiento indonesio se encuentran en un descenso de las exportaciones arrastradas por la caída de la demanda de China, su principal socio comercial, y la falta de reactivación de la economía japonesa.
Indonesia exporta, sobre todo, materias primas a sus vecinos de la región. El precio de algunas materias primas, como el aceite de palma o el cacao, también han registrado fuertes descensos afectando al volumen de ingresos de las exportaciones.
La desaceleración de la economía es pues el principal desafío al que se enfrenta el flamante presidente indonesio, conocido popularmente como Jokowi. Ante dicho reto, se plantea un amplio programa de inversiones en infraestructuras y facilidades para las empresas, además de la reducción del aparato burocrático.
Porque Jokowi es un presidente diferente, sobre todo por su procedencia política, que es el de la sociedad civil indonesia y no uno de los dos grandes bloques políticos indonesios que han dominado el país desde la independencia.
Sí tiene el apoyo de los sectores progresistas de la expresidenta Megawati Sukarnoputri, pero es un presidente del pueblo que pretende gobernar para los indonesios. Así lo ha hecho como alcalde y gobernador local previamente.
En definitiva, Jokowi encarna un gran valor de la política en Indonesia, un país sumido hasta finales de los noventa en la dictadura de Suharto y en la inestabilidad, con la excepción de la última presidencia de Susilo Bambang Yudhoyono.
Jokowi encarna pues el éxito de una segunda transición de la democracia indonesia, en un país mayoritariamente musulmán, con infinidad de etnias y lenguas dispares, repartido en 17.000 islas, retos todos ellos no precisamente sencillos.
Narendra Modi, del etnicismo al pragmatismo
Las diferencias religiosas, culturales y lingüísticas no son precisamente un detalle sin importancia tampoco en India, la mayor democracia del planeta.
Más de mil millones de indios e indias están gobernados desde este 2014 por un primer ministro, Narendra Modi, sobre el que pesaba desde hace una década la restricción de entrada en Estados Unidos al ser considerado instigador de la muerte de centenares de musulmanes a manos de extremistas hindúes en el estado de Gujarat.
Porque Narendra Modi es uno de los dirigentes del Partido Nacionalista Hindú, desde el que a menudo se han instigado algunos de los episodios más oscuros y dramáticos del enfrentamiento con la comunidad musulmana de India.
Pero tras derrotar en las urnas al secular Partido del Congreso del clan Gandhi-Nehru, Modi ha guardado en un cajón hábilmente el sesgo religioso y ultranacionalista hindú y se ha vestido de pragmático primer ministro dispuesto a hacer de India el gran subcontinente business friendly que las economías desarrolladas han demandado sin éxito a los últimos gobiernos de Manmohan Singh.
El éxito económico de la liberalización aplicada en el estado de Gujarat le ha valido a Modi la oportunidad de llevar el experimento a escala nacional.
Se trata en buena medida de seguir el ejemplo chino y es precisamente en Gujarat donde se han concentrado muchas inversiones del rival regional pero a la vez pragmático vecino.
El pragmatismo que en aras del negocio también permite superar con tranquilidad las diferencias territoriales de la frontera común.
China ha recibido con satisfacción la llegada de Modi al poder en Nueva Delhi. La perspectiva del negocio también interesa a Pekín dadas las cada día mayores dificultades de los responsables de la economía china para conseguir un crecimiento del PIB por encima del 7%.
Modi basa buena parte de sus esperanzas de reactivación de la economía india en la inversión en infraestructuras, un negocio de grandes perspectivas en un país inmenso y superpoblado en el que, trenes, autopistas, puertos y aeropuertos, así como los servicios asociados a la emergente clase media pueden disparar los beneficios.
El primer ministro indio ha ofrecido en estos primeros meses la cara más amable y esperanzadora de una Asia que puede revitalizar el crecimiento a escala global en 2015 si efectivamente se impone cooperar en interés mutuo en lugar de rivalizar, un escenario también saludable para las economías desarrolladas.