Uno de los primeros actos de gobierno de Jokowi para abrir la ventana y airear la política indonesia es su voluntad de gobernar tanto con políticos de carrera como con tecnócratas.
Se trata de que el nuevo gobierno sea eficaz y pragmático y no se pierda en políticas dirigidas por los poderosos lobbies económicos.
Para ello la mitad de los miembros del gabinete deben tener capacidades demostradas en el campo profesional del que se van a ocupar y no así cercanía política con los intereses creados, como ha sucedido en todos los gobiernos posteriores a la caída de la dictadura de Suharto en 1998, incluso en el último de Susilo Bambang Yudhoyono.
Widodo no pretende una revolución de zona cero en la administración; al contrario, es partidario de mantener aproximadamente el mismo número y las mismas carteras ministeriales que en el anterior gabinete, de manera a evitar pérdidas de tiempo y esfuerzos en el ámbito de la burocracia.
Es decir, que el primer presidente surgido de la sociedad civil indonesia intenta generar una nueva dirección, un nuevo gobierno, más abierto a todos los segmentos de la sociedad, sin despreciar a la clase política tradicional.
Con todo, en el camino, no se lo van a poner fácil muchos grupos que han disfrutado de los favores del gobierno en un país que siempre estuvo gobernado por dos grandes familias políticas, una más a la izquierda, los herederos de Sukarno, el padre de la independencia, y otra vinculada a la dictadura de Suharto, la que se alzó en armas con la excusa de una supuesta conspiración comunista durante la Guerra Fría.
Des de la caída de Suharto han gobernado ambas familias políticas hasta que el popular Jokowi se interpuso surgiendo desde el poder local.
Primero alcalde de su ciudad natal, en Java, y posteriormente gobernador de la región de la capital, Yakarta, Jokowi acaba de ver cómo los tribunales anulaban las elecciones directas al poder local, a gobernador, por lo que el ámbito desde el que lanzó su desafío a la élite política puede hundirse en el ostracismo.
Tampoco tendrá a favor una mayoría clara en el parlamento, aunque algunos observadores de la política indonesia creen que muchos diputados afines a los partidos tradicionales acabarán abandonando la oposición para apoyar al nuevo y flamante presidente.
Widodo asume las riendas de un país con una economía en considerable buena salud y no malas perspectivas.
Reformas para reactivar el éxito económico
Es cierto que respecto a principios de esta década, la economía indonesia ha dejado de crecer tan aceleradamente. Si se había acercado al 7% a finales de 2010, con todo, la expansión del PIB en los dos primeros trimestres de este 2014 se ha mantenido por encima del 5%.
Y ello a pesar de la caída de interés de las economías desarrolladas y emergentes por los hidrocarburos indonesios.
Estados Unidos se está volcando en el fracking como sistema de obtención de gas y la leve aunque real desaceleración del crecimiento chino han supuesto una pérdida de demanda.
De ahí que la economía de Indonesia, su estado, no sea la causa de la victoria de un candidato alternativo a los dirigentes de toda la vida.
Pero al contrario, probablemente sí se pueda decir que la victoria de Jokowi puede conducir a Indonesia a una profunda transformación económica y social.
Más que "ser la economía, estúpidos", en esta victoria electoral ha influido la necesidad de superar un ciclo que se prolongaba probablemente desde la independencia y que ha perdurado más de quince años desde la caída de la dictadura de Suharto.
Sin que las cosas vayan mal, la posibilidad, la esperanza de que vayan muy a mejor ha influído en los ciudadanos para generar esta nueva oportunidad.
En buena medida resume este sentimiento las recientes declaraciones del ministro de Finanzas saliente, Chatib Basri, en las que ha llamado al presidente Widodo a afrontar reformas valientes para evitar ser víctima de "fuerzas hostiles del mercado global". Basri alude en parte a la caída de la demanda pero también a oscilaciones de los tipos de interés en los mercados financieros.
Una de las principales rémoras del sistema político y económico heredado de la dictadura de Suharto son subsidios como el que se aplica al combustible, medidas paternalistas que ayudaban a mantener la paz social en un país con enormes diferencias de renta.
Pero este escenario ya no tiene tanto sentido ante la emergencia paulatina de una clase media que ha sabido sacar partido de estos crecimientos sostenidos entre el 6 y el 7% del PIB al tiempo que el país recuperaba bajo Yudhoyono una cierta estabilidad.
Y Basri le sugiere astucia a Widodo. En una entrevista a Financial Times, le sugiere que el desmantelamiento de la política de subsidios la acometa lo antes posible, al inicio del mandato, cuando el capital político todavía es completo.
Las promesas económicas de Jokowi para reactivar el crecimiento y que vuelva a rondar el 7% del PIB pasan por rebajar la dependencia de las ventas de hidrocarburos al tiempo que la economía se abre a la productividad de cierto valor añadido y a la imprescindible modernización de las infraestructuras.
Actualmente, la venta de gas natural y petróleo supone el 60% de las exportaciones del archipiélago.
Los mercados financieros saludan la llegada al poder de Joko Widodo. La bolsa de Yakarta se mueve en máximos históricos en una clara evidencia de las esperanzas que los inversores depositan en un gobierno nuevo que finalmente liberalice el mercado.
Sobre estos buenos augurios y esperanzas pesan algunos lastres, el mayor y más complejo el de la corrupción. El combate de esta lacra propia de todas las economías emergentes va a ser clave para garantizar la solidez y viabilidad de las reformas liberalizadoras que pueda emprender Widodo.
Indonesia emerge entre sus inestables vecinos
Algunos analistas ven en Indonesia el modelo político y económico a seguir en el Sudeste Asiático, dado que de manera completamente pacífica y estable ha completado un nuevo relevo en el poder civil, incluso entre un representante de la vieja élite política y un dirigente surgido propiamente de la sociedad civil.
Es fácil apuntarse a esta tesis si se analiza ni siquiera someramente la realidad de los países vecinos.
Malasia, que comparte archipiélago y lengua, no ha vivido transición alguna. La Organización Nacional Malaya Unida, el partido de la mayoría musulmana, ostenta el poder y no cede ni a sus propias disensiones, como el movimiento democrático liderado por Anwar Ibrahim.
Singapur, historia de éxito económico y ejemplo de estabilidad para el Sudeste Asiático, el hemisferio oriental y el mundo, es gobernado con mano de hierro desde la independencia por el mismo clan, el del exprimer ministro Lee Kwan Yew.
Tailandia merece un capítulo aparte. La inestabilidad política de la última década se ha resuelto con una nueva intervención del ejército, esta vez de mayor alcance que la que acabó con el primer gobierno de los Shinawatra.
Por lo demás, Camboya es una frágil democracia, Vietnam un régimen comunista y Laos también. Solamente Filipinas es una democracia real, aunque con enormes desafíos económicos y sociales y menos riquezas naturales que Indonesia.
De la hábil gestión que el equipo de Widodo pueda hacer del petróleo y del gas natural, así como de la inversión, la economía productiva y las modernización de las infraestructuras en un mercado de 240 millones de almas, dependerá el éxito de una democracia que parece capacitada para encajar las profundas diferencias políticas, sociales y comunitarias de este archipiélago de más de 17.000 islas.