Ashraf Ghani se convertirá finalmente en presidente de Afganistán al haber ganado las elecciones con un 56% de los votos. Sin embargo, las denuncias de fraude lanzadas por Abdullah Abdullah forzaron primero la revisión de ocho millones de votos y finalmente un acuerdo para que éste forme parte indirectamente de la dirección del país.
En virtud del acuerdo de reparto de poder auspiciado por el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, Ghani deberá nombrar un primer ministro propuesto por Abdullah y consensuar con él otros altos cargos, por ejemplo el jefe del ejército.
Ghani, ex economista del Banco Mundial y ex ministro de Finanzas con Hamid Karzai, es el hombre de la etnia mayoritaria en Afganistán, los pastunes, a la que pertenecen también los talibanes.
Abdullah Abdullah, ex jefe de la diplomacia del presidente saliente, tiene en los tayicos, la segunda etnia en número de habitantes, su granero de votos.
Tanto Ghani como Abdullah fueron ministros con el presidente saliente Hamid Karzai, pero representan a dos comunidades distintas condenadas a entenderse y a pactar si no quieren que el país se suma completamente de nuevo en el caos una vez se retire el grueso de las tropas internacionales, principalmente norteamericanas, a finales de este año.
La amenaza talibana no ha menguado, al contrario, ha sabido aprovechar la debilidad de la joven democracia afgana, incapaz de dar al país un presidente sin la sospecha del fraude electoral.
El nuevo presidente no tiene una tarea fácil puesto que frente a la fuerza de los talibanes tendrá a partir de enero menor capacidad de contención sin las tropas extranjeras.
Con todo, Ghani firmará próximamente un acuerdo de defensa con Estados Unidos que debe garantizarle asistencia militar y la permanencia de un pequeño contingente de militares norteamericanos destinado a asistir al ejército afgano.
Su éxito frente a los talibanes dependerá de la capacidad de mantener el pacto y la unidad con el campo de Abdullah Abdullah.