Redacción
09/05/2014
La policía ha utilizado gases lacrimógenos y cañones de agua contra los miles de manifestantes que han rodeado la Casa de Gobierno en Bangkok, la sede del Parlamento y han intentado ocupar diferentes canales de televisión.
La prensa tailandesa asegura que en los enfrentamientos con la policía al menos se han producido
seis heridos.
La salida del gobierno de la primera ministra
Yingluck Shinawatra, junto a nueve de sus ministros, no parece que vaya a solucionar, ni serenar, la compleja situación política que vive Tailandia.
Las fuerzas antigubernamentales que ocupan las calles de Bangkok rechazan el nombramiento del sucesor de Yingluck y siguen exigiendo la caída de todo el gobierno para crear un “consejo popular”, no elegido en las urnas, con el objetivo de regenerar la vida política.
La oposición insiste en su denuncia que el gobierno de Yingluck, y sus sucesores, en realidad es un ejecutivo títere dirigido desde el exilio por el también condenado exprimer ministro Thaksin Shinawatra.
Niwattumrong Boonsongpaisan, el sucesor de la hasta ahora primera ministra
Yingluck, hereda una situación política explosiva. Ha asegurado que junto a su partido se compromete a trabajar para celebrar elecciones en julio, pero la oposición ya ha avanzado que volverá a boicotear los comicios, como hizo en febrero.
Se teme que los partidarios del gobierno, conocido como los camisas rojas, y los de la oposición, camisas amarillas, vuelvan
enfrentarse en las calles de la capital. Desde el pasado noviembre, fecha en que empezaron la última ola de protestas contra el gobierno, al menos 25 personas han muerto.
Los enfrentamientos entre partidarios del gobierno y oposición paralizan la vida política y económica de Tailandia y se teme que conduzcan al país a una guerra civil, ya que enfrenta a una sociedad muy dividida.
A pesar de las acusaciones y condenas por abuso de poder y nepotismo contra el partido que controla la familia
Shinawatra, estos tienen un amplio reconocimiento y votos en la Tailandia rural. Por el contrario la oposición y sus seguidores, los camisas amarillas, aglutinan a la clase media urbana, cercana desde siempre al poder y al entorno del rey.
Son dos visiones de un mismo país que parece irreconciliable y de momento incapaz de llegar a acuerdos.
Desde que en 2006 los militares llevaron a cabo un golpe de estado incruento y apartaron a Thaksin del poder, la estabilidad o normalidad no ha regresado a la política tailandesa, a pesar de la promulgación de una nueva constitución y las diferentes elecciones.
La justicia, que ha apartado del gobierno a tres primeros ministros desde 2008 y ha ilegalizado partidos de un bando y de otro por fraude electoral, parece que se ha convertido el arbitro de una partida a la que no se le ve un final.