Eduardo Mariz. Yakarta.
@edumariz
19/03/2014
En septiembre de 1965, el
Partido Comunista de Indonesia (PKI por sus siglas en Indonesio) todavía se enorgullecía de ser la mayor fuerza política comunista fuera del Bloque del Este: 3 millones de miembros y unos 18 millones de seguidores. Cuando llegó la primavera, sus aspiraciones yacían entre (como poco)
medio millón de cuerpos sucumbidos por las sangrientas purgas: la anticomunista, la sinofobia y la sin razón.
Indonesia se ganaba así un hueco en la infame lista de países trastocados por genocidios a lo largo del siglo XX: Sri Lanka, Camboya, Guatemala, Sudán, Bosnia, Ruanda…pero hoy en Indonesia el repudio a aquella violencia todavía dista de ser unánime. “Los crímenes de guerra los definen los vencedores. Yo soy un vencedor, por lo tanto me toca a mí crear esa definición,” explica Adi Zulkadry con una cálida sinceridad a
Joshua Oppenheimer, director de
The Act of Killing, nominado a mejor documental en los
Premios Óscar de este año.
En lugar de presentar el testimonio de víctimas o de destapar atrocidades con prudente distancia, la cinta invita al espectador a sentarse cara a cara con algunos de los autores de las
masacres en la ciudad de Medan, en el norte de Sumatra.
Como si las trompetas aún sonasen, Adi Zulkadry y su compañero de ejecuciones, Anwar Congo, recrean en el papel de las víctimas los cientos de estrangulamientos acometidos entre los dos. Pero las trompetas ya no suenan, y la escalofriante escenificación pone en evidencia sus remordimientos.
Pese a no ser el primer documental sobre el baño de sangre de 1965 en Indonesia, su formula narrativa –oscilando entre la estremecedora honestidad de los asesinos y sus posiciones de privilegio en la Indonesia de hoy– le ha valido 60 galardones de 71 posibles en prestigiosos festivales de todo el mundo, entre ellos un BAFTA al mejor documental.
Contando lo incontable
Para
Oppenheimer, esta obsesionante forma de guiar al espectador hasta cruzar miradas con la antítesis de su humanidad es una de las pocas formas de contar la historia. El cineasta tejano invirtió más de 7 años entrevistando a familiares de las víctimas, pero la exuberante actitud de los asesinos invirtió su planteamiento.
Por un lado, muchos de los entrevistados y sus asistentes de rodaje temían represalias a manos de grupos nacionalistas y, por otro, el desconcertante orgullo de los ‘vencedores’ puso de manifiesto la flamante impunidad de la que todavía gozan – una convencedora revelación.
Pese a haber alcanzado una democracia parlamentaria tras la caída de Suharto en 1998, Indonesia es todavía un país marcado por su doctrina anticomunista.
La purga de 1965-66 fue llevada a cabo por el
ejército, miembros de
grupos islámicos reformistas y
jóvenes nacionalistas, muchos con la esperanza de que la Democracia Guiada del depuesto líder
Sukarno diese paso a un periodo de mayor libertad.
Estos tres grupos siguieron creciendo respaldados por
Suharto –el nuevo presidente– durante sus más de tres décadas de gobierno autoritario, quien en interés propio y de la CIA evitó con ello el resurgimiento del comunismo.
Por otro lado, Suharto inició la transformación de la sociedad indonesia en una “masa flotante” de gente despolitizada y partidaria del objetivo nacional de desarrollo mediante el corporativismo, disminuyendo cualquier posición política o religiosa fuera del consenso de su gobierno.
Tras ser apartado del poder en 1998, Suharto permaneció varios años en arresto domiciliario hasta su muerte en 2008. Sus crímenes, desde su implicación en la invasión de Timor Oriental, causando más de 100.000 muertos, a su fraudulenta fortuna cifrada en más de 15.000 millones de dólares, jamás han recibido sentencia.
Este miedo a confrontar el Nuevo Orden de Suharto se extiende también a los verdugos que allanaron su llegada al poder. Muchas de las organizaciones detrás de la sangría todavía existen y gozan de tal ‘victoria’, como las
Juventudes Pancasila (Pemuda Pancasila) una organización paramilitar con varios millones de miembros en todo el país, asidua de manifestaciones ultranacionalistas y regidores de su propia ley en muchos barrios de Yakarta.
Juventudes Pancasila recibe particular atención en el documental de Oppenheimer, donde el ex vicepresidente
Jusuf Kalla emerge entre otros muchos políticos de la era actual haciendo apología de su forma de actuar: la mafiosa, indispensable para Indonesia.
Visto desde una perspectiva europea “fue como haber llegado a una Alemania 40 años después del Holocausto para encontrarme a los nazis todavía en el poder,” repite con frecuencia Oppenheimer en sus entrevistas.
Éxito y rubor
Pese a haberse convertido en el documental sobre Indonesia más alabado de la historia, en el vasto archipiélago pocos han oído hablar de él. Para circunvalar el comité de censura indonesio, los productores decidieron limitar su muestra a unas pocas proyecciones privadas y más tarde compartirla gratuitamente por internet.
“[El documental] presenta una Indonesia cruel y sin ley, […] presenta una Indonesia atrasada, como lo era en los años 60. No es lo apropiado, ni lo correcto. Debemos recordar que Indonesia ha pasado un periodo de reforma. Muchas cosas han cambiado,” declaraba Teuku Faizasyah, un portavoz del gobierno al diario The Jakarta Globe hace unas semanas.
Al gobierno en Yakarta no le sienta bien que este documental haya alcanzado semejante aclamo, y la opinión generalizada es que el país todavía necesita más tiempo para admitir y corregir los errores del pasado. Pero esa espera de casi ya cinco décadas se agota con el envejecimiento de víctimas, responsables y los recuerdos de ambos; la justicia póstuma es la injusticia de hoy.
La
Comisión Nacional de Derechos Humanos de Indonesia (un órgano público pero independiente), denunció en 2012 los hechos calificándolos como una “
seria violación de los derechos humanos y un crimen contra la humanidad.” Asimismo, instó al gobierno indonesio a reparar el daño y honor de los familiares de las víctimas mediante un proceso judicial.
Este paso, todavía sin producirse, pende ahora del que sea elegido como presidente de Indonesia a mediados de este año; de Susilo Bambang Yudhoyono, actual jefe del gobierno y yerno de uno de los generales a cargo de la purga, Sarwo Edhie Wibowo, poco se espera.
Durante su mandato las fuerzas del orden se han rendido en numerosas ocasiones al fervor anticomunista o religioso de muchos grupos extremistas, algo que preocupa a Amnistía Internacional, que critica la pasividad del gobierno ante violaciones de derechos civiles a manos de la policía o una dura legislación contra el activismo político entre otros asuntos (Informe Anual de 2013).
Hace tan solo tres semanas la policía prohibió una charla del historiador y filósofo holandés Harry A. Poeze por tratar sobre Tan Malaka, uno de los líderes del partido comunista y héroe revolucionario en Indonesia. Previamente, la plataforma islamista Frente de Defensores del Islam (FPI) había amenazado a los organizadores.
Los medios de comunicación también son cautos a la hora de hablar sobre lo ocurrido. ‘
The Act of Killing’ ha logrado abrir el debate en medios independientes y críticos como el semanario Tempo, un referente periodístico en Indonesia. Sin embargo los medios tradicionales, como el periódico de mayor tirada nacional Kompas, han mantenido el silencio.
Su reseña sobre los ganadores de los Óscar tan sólo incluía una escueta mención a
The Act of Killing, por haber fallado a las predicciones ganadoras. Ni siquiera se hicieron eco del hito de haber tenido a indonesios entre los nominados al galardón por primera vez en la historia.
Quizás sea porque el director adjunto y gran parte del equipo de rodaje en Indonesia permanece en al anonimato, con miedo a desvelar su relación con el laureado documental. Tras conocer que ’20 Feet from Stardom’ fue la ganadora, el equipo declaró a través de twitter (https://twitter.com/Anonymous_TAoK) en indonesio que la película fue concebida como “
un regalo para Indonesia,” y agradeció el apoyo de familiares de las víctimas, supervivientes y la audiencia.
Joshua
Oppenheimer ya ha anunciado que a finales de este año habrá una segunda parte, posiblemente titulada ‘
The Look of Silence’ y centrada en los testimonios de las víctimas.
Eduardo Mariz es un periodista español y residente en Yakarta.