Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China
26/03/2014
Habitualmente se aborda la relación de las autoridades chinas con los medios de comunicación a través de un doble prisma. Primero, el afán de control; segundo, su posición reactiva. El denominador común es evitar que se conviertan en un espacio de desafío efectivo a su política, ya sea como instrumentos para la difusión de pensamiento irreverente o de expresión movilizadora de ideas inconformistas. Puede decirse que hasta ahora, ante la veloz eclosión de nuevos medios, ha primado cierto desconcierto y el mayor empeño, ante una incesante progresión (foros, blogs, Weibo o Wechat…), se ha centrado en habilitar respuestas múltiples para contener desbordamientos, mejorando los sistemas de control, incluyendo la connivencia empresarial.
Las nuevas autoridades lideradas por
Xi Jinping han persistido en los mecanismos tradicionales, cada vez más reforzados y mejorados, sin dejar de multiplicar las instrucciones (los siete no se habla) para garantizar el engranaje de los medios en la
política informativa del PCCh. En este sentido, además de la mejora técnica, se ha venido prestando creciente importancia a la labor ideológica y política, a la formación, de los periodistas. Este empeño, tantas veces denostado como burocrático y sin capacidad para generar adhesión y lealtad efectiva, es pieza clave de la autocensura ya que permite garantizar en mayor medida la orientación y el control de la opinión pública en un país en el cual el sistema de censura previa es inviable en las coordenadas actuales.
Más allá de la prensa, radio, televisión, etc., la cuestión crucial tiene que ver con
Internet. Las medidas de domesticación en este campo han sido diversas: desde la
criminalización de algunas voces populares disconformes (Xue Manzi) siguiendo en gran medida estrategias oblicuas de
descalificación (la prostitución, la evasión fiscal, etc.), hasta la exigencia de
autentificación real de los internautas, la
persecución de los “rumores” imponiendo severas penas a sus propagadores, etc., en suma, aumentando la presión de forma tal que se pueda neutralizar y enfriar disuasoriamente cualquier atisbo de descontento con capacidad desestabilizadora.
Las autoridades están bien atentas a cualquier movimiento en este sentido y si bien es verdad que los problemas no se resuelven evitando que se transparenten, estas restricciones aparentemente le restan gravedad e impiden, a corto plazo, que deriven en crisis mayores.
Con
Xi Jinping, no obstante, hay una actitud nueva: la iniciativa. No se trata ya de responder sino de pasar a liderar. Hu Jintao lo intentó promoviendo la apertura de blogs de funcionarios del gobierno, la participación de la militancia en los foros, multiplicación de comentarios retribuidos, etc., pero con una más que dudosa efectividad. Ahora no solo se trata de contener sino de usar los mismos medios que a veces reflejan el descontento para desactivar el resentimiento. La estrategia en este sentido pasa por desarrollar aquella característica que se hizo evidente en su primer discurso en noviembre de 2012:
la cercanía. Xi multiplica los gestos de proximidad y afabilidad directa, al tiempo que proclama la necesidad de purificación de las filas del PCCh, un movimiento moral de no menor alcance en otros dominios a la vista de los compromisos que genera con su campaña de línea de masas, actualmente en su segunda fase. Ese impulso está generando una corriente de mayor calado que otras medidas anteriores, de corte más clásico.
En paralelo, apunta a la
autoestima, invocando acciones –como la cuidada promoción de su esposa Peng Liyuan- que despiertan igualmente simpatía y orgullo popular entre la gente corriente por su asociación con la
internacionalización de los valores chinos.
Todo ello tiene como objetivo, naturalmente, garantizar el
apoyo público a su política a través de diversos medios. Se diría que, sorprendentemente, tiene una estrategia de comunicación que persigue el establecimiento de complicidades y sinergias con la opinión pública para reforzar la legitimidad de sus acciones y ampliar su base política. Esto es especialmente visible en el ámbito de la lucha contra la corrupción, cuyo auge combinado con la profundización de la reforma en sectores clave podría agudizar las tensiones internas.
Las apariciones de Xi, emulando a Obama, en un popular restaurante de la capital, o su visita a un hutong respirando el aire tóxico de Beijing sin mascarilla, abundan en esa imagen de cercanía. Ese
populismo, ya experimentado con éxito en Chongqing por Bo Xilai, insta a la recuperación de la confianza en la capacidad del PCCh para apoyarse en la sociedad a fin de resolver los problemas estructurales. Y, de paso, cercena el espacio evitando el afloramiento de otras posiciones extra-partidarias que aboguen por cambios sistémicos. Por eso, esta estrategia encuentra su complemento indispensable en la
represión sin contemplaciones de la disidencia, que combatiendo en parte idénticos fenómenos sirve a otros propósitos.
Xulio Ríos es director del
Observatorio de la Política China