Redacción
07/06/2013
Estados Unidos acusa a los hackers chinos, vinculados al Ejército Popular de Liberación, de entrar en sus sistemas informáticos en lo que constituye una amenaza para la seguridad y la supremacía tecnológica de la todavía hoy primera economía mundial.
El dosier de la ciberguerra parece dominar el presente de las relaciones bilaterales, sobre todo porque Pekín tampoco se retrae y acusa a su vez a Estados Unidos de colarse en sus sistemas informáticos.
The Washington Post publicaba recientemente un reportaje en el que se revelaba que hackers chinos habían conseguido piratear los proyectos de numerosos programas armamentísticos norteamericanos, entre ellos el diseño de aviones de combate y de defensas antimisiles susceptibles de ser desplegadas en el Pacífico, es decir, directamente destinadas a proteger a los aliados de Estados Unidos en la zona frente a una supuesta amenaza china.
En esta semana previa al encuentro entre Xi y Obama, el responsable de la seguridad china en Internet, Huang Chengqing, sostenía en unas declaraciones a
China Daily, que Pekín dispone de incontables datos que demuestran la implicación norteamericana en los ciberataques a empresas y organismos oficiales chinos.
Con todo, afirma Huang, el gobierno chino no acusa a Washington de estar detrás de esos ataques, mientras que la Administración Obama sí apunta directamente a Pekín como responsable de la ciberguerra. Estados Unidos quiere que China se haga responsable de controlar a todos los hackers que atacan a las empresas e instituciones norteamericanas desde territorio chino.
El sueño americano tiene en China desde hace unos años su peor pesadilla, al menos según algunos lobbies económicos norteamericanos.
El yuan infravalorado que primero se llevó los puestos de trabajo por la deslocalización está quedando algo olvidado ante un nuevo fantasma, el de la inversión de empresas chinas en gigantes norteamericanos de múltiples sectores.
El último ejemplo ha sido la compra de uno de los gigantes de la industria del porcino norteamericano por parte de una empresa china. Estados Unidos teme por su seguridad alimentaria, vistos los numerosos casos de fraudes y alarmas sanitarias relacionados con la industria de la alimentación china.
Por su parte Pekín afirma que su interés por el productor norteamericano está relacionado con la necesidad de garantizarse el suministro de carne de cerdo ante las perspectivas de inagotable demanda en un país de casi 1.400 millones de habitantes.
El representante de la asociación de empresas manufactureras norteamericanas ha solicitado a Obama que defienda claramente los intereses de su país frente a Xi y que opte por medidas eficaces, puesto que considera que el diálogo no está funcionando.
El caso de las placas solares, igual que sucede con la Unión Europea, ejemplifica bien cómo la industria norteamericana se siente perjudicada por el dumping social practicado supuestamente por China.
Por su lado, las organizaciones pro derechos humanos insisten a Obama que sea más exigente ante China, sobre todo en casos como los del Premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, encarcelado, y su mujer Liu Xia, bajo arresto domiciliario, así como numerosos disidentes perseguidos por sus denuncias de abusos por parte del régimen.
Crear un buen clima para abordar graves diferencias
Dispuestos a poner en evidencia la trascendencia del momento en las ya prolongadas relaciones totalmente normalizadas entre China y Estados Unidos, Barack Obama y Xi Jinping han decidido dar a este encuentro un carácter muy particular.
No es una cumbre en el sentido clásico, sino una reunión con toques de informalidad y relajación al final de una gira de Xi por América Latina, no por Estados Unidos.
Como quien pasa a ver casi de improviso a un amigo, conocido o vecino, Xi Jinping se descuelga de su agenda latinoamericana para visitar en el rancho Mirage, en pleno desierto de Mojave, a un Obama predispuesto a jugar la carta de la diplomacia personal.
El escenario escogido, en California, alejado de los núcleos del poder tradicionales de la costa este, es insólito pero no se puede decir que no haya visto ya algunos momentos clave de la historia reciente de la política norteamericana.
En esta hacienda de Sunnylands celebraba los fines de año Ronald Reagan, antiguo gobernador de California, y el propio Richard Nixon se había retirado a este apartado paraje para, dicen, lamerse las heridas del caso Watergate.
A Obama y Xi Jinping les rodean 81 hectáreas, una “zona de seguridad” simbólica para crear un clima de discusión más cercano y directo en el que decirse claramente las verdades.
El presidente norteamericano se reunió hasta doce veces con el antecesor de Xi Jinping, el hierático presidente chino Hu Jintao. No hubo retrocesos pero tampoco grandes avances y agendas como el programa nuclear norcoreano, que también está sobre la mesa en California, parecen literalmente haberse convertido en una escena más de la famosa película “El día de la marmota”.
Ahora Obama intenta establecer una relación personal con un mandatario que conoce el sueño americano desde que estuvo, como joven dirigente comunista ya en los años de la apertura, alojado en una granja en Iowa.
¿Conseguirá Obama que el sueño que alberga Xi Jinping, convertir China en la nación hegemónica del Planeta no se convierta en una pesadilla para los norteamericanos?
El ambiente generado para esta reunión ya supone un reconocimiento de que Estados Unidos y China, al menos por ahora, cuentan el uno con el otro para crear un futuro común, a pesar de las profundas diferencias.