Redacción
12/02/2013
La actividad en las instalaciones nucleares de Punggye-ri, el complejo subterráneo excavado en el subsuelo para proteger el programa atómico de las miradas indiscretas de los satélites norteamericanos, venía incrementándose desde hacía semanas.
Finalmente, una fuerte actividad sísmica concentrada en la zona hacía temer que el anuncio de una tercera prueba nuclear se había hecho realidad. Tan solo tres horas después, la agencia oficial norcoreana emitía un comunicado en el que confirmaba el test nuclear.
Las reacciones de condena llegaban casi instantáneamente de todas las cancillerías, impotentes ante esta nueva escalada provocada por Pyongyang.
El problema para la comunidad internacional es el de siempre, qué hacer sin empeorar todavía más el clima de tensión en la Península de Corea.
El status quo permite vivir el día a día en el Sur sin gran angustia por la retórica belicista norcoreana, pero una eventual elevación del tono en la respuesta a estas provocaciones sí que entraña el riesgo de perturbar la estabilidad en la zona.
Con esta ecuación juega hábilmente el régimen norcoreano. Es más, el comunicado de la agencia oficial KCNA hablaba del éxito registrado en la prueba al conseguir hacer estallar una bomba nuclear miniaturizada de gran potencia.
El término “miniaturizar” está destinado a poner más nerviosos si cabe a los gobiernos de Seúl, Tokio y, por extensión, su aliado estratégico, Estados Unidos.
Miniaturizar la bomba nuclear es clave para que Corea del Norte represente realmente una amenaza, puesto que le supondría la capacidad de instalar una de esas cargas nucleares en un misil de mayor o menor alcance, esos que también prueba de vez en cuando, el último en diciembre, para desesperación de la comunidad internacional.
Los expertos en armas nucleares no creen que Pyongyang domine realmente la tecnología para equipar un misil de largo alcance –capaz de llegar a territorio norteamericano-- con una ojiva nuclear.
De ahí que quepa pensar que el régimen comunista norcoreano va a seguir chantajeando al Sur y a sus aliados durante los años que le falten para conseguir capacidad nuclear disuasoria.
La saga de los Kim está convencida de que su pervivencia en el poder está garantizada por el grado de amenaza que puedan representar para Asia Nororiental.
La idea, el chantaje, se resume en: si se quiere evitar una escalada de consecuencias imprevisibles, hay que hacer concesiones al régimen norcoreano, sobre todo económicas, pero también políticas.
La dictadura estalinista norcoreana no es cuestionada más allá de las declaraciones verbales. Aún conllevando riesgos, representa el status quo.
China es el único agente en el área con ascendente sobre el régimen norcoreano, pero tampoco tiene margen de maniobra para presionar a Pyongyang sin arriesgarse a una desestabilización del paupérrimo país todavía más peligrosa que los Kim y que pudiera acabar con las tropas surcoreanas y norteamericanas en su frontera oriental.