Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China
11/11/2012
En primer lugar, de la política de reforma y apertura (1978), de su capacidad para desarrollar y transformar el país con un énfasis mucho más intenso que el registrado durante el maoísmo. En el plano teórico esto se ha traducido en la oficialización de las aportaciones básicas del PCCh a la teoría marxista-leninista. De una parte, el pensamiento Mao Zedong, que no ha sido erradicado de parte alguna, y también el socialismo de carácter chino que incluye la teoría de Deng Xiaoping, la triple representatividad de Jiang Zemin y la concepción científica del desarrollo impulsada por Hu Jintao. Se cierra de esta forma el bosquejo teórico que sirve de guía ideológica para la acción política del PCCh que insiste de nuevo en la “construcción del socialismo” a pesar de una realidad que pareciera caminar en sentido contrario.
Además, según se desprende del informe de Hu Jintao, ambos desarrollos teóricos no serían contradictorios, sino uno continuidad y desarrollo del otro, pretendiendo desautorizar así cualquier interpretación que sugiera contradicción y que, por lo tanto, pueda llevar a imponer la supresión de uno u otro, en función de la correlación de fuerzas interna. ¿La unión de los contrarios? En el contexto de la política china, estas observaciones teóricas no se deben desvalorar porque ellas sirven de inspiración a todo lo demás y se convierten en guía permanente de la acción del PCCh.
En segundo lugar, Hu Jintao ha reivindicado las ideas-fuerza principales que han impregnado su mandato. De una parte, la concepción científica del desarrollo. De otra, la justicia social. En el primer caso, cabe significar el “triunfo” de Hu Jintao al lograr inscribir su noción del desarrollo científico en el frontispicio teórico del PCCh. Es la primera vez que esto ocurre y con seguridad se llevará a los Estatutos del PCCh a lo largo de este congreso. También tiene repercusiones a otros niveles. Por ejemplo, hasta ahora los ejes centrales de la política oficial se referían a la construcción económica, social, cultural y política. No obstante, ahora emerge un quinto elemento, el medio ambiente, reflejando la creciente importancia de la ecología en las preocupaciones oficiales.
En el orden social, cabe hacer referencia al objetivo de duplicar la renta per cápita de los habitantes en 2020 con respecto a 2010. Se trata de un compromiso arriesgado, relativamente fácil de llevar a cabo en las grandes urbes, pero no tanto en el medio rural, con lo que podría agudizar las desigualdades que, conviene tenerlo presente, no han dejado de crecer en estos años pese al discurso oficial. La idea que subyace es, una vez más, que los frutos del desarrollo deben socializarse, aunque la realidad de la China de hoy está bien lejos de este deseo, removiendo los obstáculos que lo impiden.
Esa justicia a la que alude Hu Jintao no se expresaría solo en términos de ingresos, sino también de igualdad de oportunidades, de derechos y ante la propia ley que debe expresar reglas de juego claras para todos. Son previsiones positivas, aunque chocarán con una realidad bien terca en la que la “doble ciudadanía” de los miembros del PCCh (como ciudadano común y como militante de un PCCh que le provee de un fuero especial) establece un abismo difícil de franquear.
En tercer lugar, la reivindicación del propio PCCh, visualizando la cercanía de 2021 (centenario de su fundación) al que se quiere llegar en estado de revista, es decir, con dos graves problemas encarrilados: la corrupción y la reforma interna.
La primera es una invocación a la virtud y honestidad de los comunistas chinos, unos valores que muchos ciudadanos cuestionan a la vista de lo extendido de las prácticas corruptas que pese a los discursos y las invocaciones morales mantiene incólume una significación que recuerda a todos su dimensión estructural (y no solo subjetiva). La segunda, incide en la mejora de la capacidad de gobierno del PCCh, cuestión esencial para revalidar su legitimidad, asegurar la estabilidad social y preservar su hegemonía política. En todo caso, los avances sugeridos deben enmarcarse en el respeto a los cuatro principios fundamentales y, por lo tanto, desechando cualquier hipótesis de una democratización de corte occidental.
En suma, el discurso de Hu Jintao ha sido un compendio de los vectores esenciales que conforman la retórica oficial. Las “novedades” apuntadas refuerzan su carácter inalterable. El mayor problema que sugiere es su cuestionado reflejo en una sociedad que, sobre todo en los medios urbanos y en capas medias, pudiera reclamar una agenda política más ambiciosa.
El discurso prestó mucha atención a los problemas teórico-ideológicos, económicos y sociales, pero pasó de puntillas sobre las cuestiones más candentes en el orden político. En consecuencia, es previsible un impulso al desarrollo (con ese compromiso de duplicar el PIB en 2020 respecto a 2010) pero un ritmo bien distinto en una reforma política que, por otra parte, se reivindica como necesaria.
A la vista de este discurso, no es indiferente el retrato político de quienes serán los responsables de llevarlo a la práctica. El perfil de las caras del CPBP gana en relevancia. Las conoceremos el próximo 15 de noviembre.
Xulio Ríos es director del
Observatorio de la Política China