Redacción
13/09/2012
No se ha entrevistado con la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton y ni el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, que han pasado recientemente por Pekín.
La no presencia del futuro presidente de China en una visita del calado de la de la secretaria de Estado norteamericana disparó la rumorología, propia ya del proceso de sucesión en la República Popular, puesto que se pacta bajo un total secretismo entre las distintas facciones del régimen comunista.
Las respuestas evasivas del portavoz oficial del ministerio de Asuntos Exteriores chino a las preguntas de los periodistas occidentales tampoco han contribuido a resolver este nuevo misterio de la alta política china.
Finalmente, el nombre de Xi Jinping ha aparecido en una nota oficial que recoge las condolencias expresadas por el conjunto de la cúpula china a la familia del exgeneral Huang Rong, fallecido recientemente.
Tras el trauma de Tiananmen, es cierto que las dos últimas transiciones han sido considerablemente tranquilas, en aras de una imagen sólida del régimen en un marco de crecimiento sostenido y emergencia del país como potencia mundial. Jiang Zemin se afianzó en el poder a principios de los noventa y fue relevado, tras dos quinquenios, por Hu Jintao, que ha conseguido colocar a China en el virtual liderazgo mundial.
Pero ya el escándalo Bo Xilai, el asesinato de un empresario británico ordenado por la esposa de esta emergente figura del Partido Comunista chino, había agitado estos últimos meses las tranquilas aguas de los estanques de Zhongnanhai, el núcleo del poder chino, la llamada Ciudad Prohibida roja.
Adosado a la ciudad imperial, en pleno centro de Pekín, este recinto protegido de la calle por el famoso muro rojo ve de nuevo cómo, lejos de sus seguridades políticas basadas en el poder absoluto, los rumores sobre la transición china se disparan.
La única explicación conocida sobre la ausencia de Xi Jinping durante la visita de Hillary Clinton hablaba de un fuerte dolor de espalda causado por un sobreesfuerzo en natación. Ya en el campo del rumor, se atribuía a un accidente, un ataque al corazón o, en el caso más extremo, a un atentado a manos de partidarios de Bo Xilai.
A la rumorología Pekín ha contestado silenciando los medios por donde podía circular más rápido.
Las búsquedas en la red y las comunicaciones a través de la popular red social Weibo, el “twitter” chino, relacionadas con el caso quedaban bloqueadas.
La pregunta es hasta cuándo el régimen comunista chino seguirá intentando poner puertas al campo y decidiendo el liderazgo de diez años en diez años bajo el estricto ritual del equilibrio compensatorio entre facciones más reformistas, tecnócratas o nacionalistas.
Sobre todo, porque por mucha censura en las redes sociales que tecnológicamente se quiera aplicar, la joven clase media emergente china va a exigir vivir en una superpotencia como las demás, democrática.