Redacción
13/07/2012
La desaceleración es notable puesto que equivale a medio punto respecto al trimestre anterior. De enero a marzo la economía china había crecido un 8,1% respecto al mismo período del año anterior.
Más evidente es el retroceso si se compara con el crecimiento registrado por el PIB chino en el segundo trimestre de 2011 respecto a 2010, un 9,5%.
Además de la caída de las exportaciones, debido a una menor demanda proveniente de la Unión Europea y Estados Unidos, el otro gran factor que ha influido negativamente en el crecimiento chino es endógeno: Pekín ha forzado una moderación de la inversión para combatir la burbuja inmobiliaria y un exceso de gasto público en proyectos de infraestructuras a veces sin criterio alguno de eficiencia.
No es que el dato del segundo trimestre no fuera esperado. De hecho, el propio gobierno chino ya había rebajado en marzo el objetivo de crecimiento para el conjunto de 2012 para situarlo en el 7,5%.
Inevitablemente, la ralentización del ritmo de crecimiento chino, debido a la caída de la demanda en Occidente, amenaza a su vez con tener una cierta repercusión en la economía del conjunto del Planeta, cosas de la globalización. No sólo lo que pasa en Madrid tiene consecuencias en Milwakee, también las tiene en Guangdong.
Y si la fábrica global trabaja a menor intensidad, el proceso también afecta al conjunto de las economías del Sudeste Asiático y el Asia-Pacífico en su conjunto, cada día más dependiente de la emergencia de China como potencia.
Con todo, Pekín, precisamente porque era consciente desde hace tiempo de las dificultades que aparecerían en el camino, ha empezado a adoptar medidas de estímulo.
Para empezar, ha recortado en poco tiempo por dos veces los tipos de interés y lo ha hecho en un entorno inflacionario favorable. El IPC de junio se situaba en el 2,2%, una magnitud excelente para poder adoptar políticas de incentivos.
La mayoría de analistas consideran que la segunda economía mundial va a ser capaz de recuperar fuelle en el tercer y cuarto trimestres para volver a liderar una perspectiva optimista en el conjunto de la economía global.
El reto es hacerlo sin incurrir en los efectos no deseados de las políticas de estímulo –inversión en infraestructuras y relajación monetaria— que tras la crisis financiera internacional de 2008 llevaron a China a una inflación rampante y a la aparición de una preocupante burbuja inmobiliaria.
Las medidas de enfriamiento adoptadas en los dos últimos años se han aliado perniciosamente en los últimos meses con las causas externas como la caída de la demanda exterior en perjuicio de la economía china.
El rédito político
La dirección comunista no puede permitirse en un año tan sensible como 2012, el del gran relevo generacional en el partido, un deterioro del clima económico que genere descontento social.
El relevo en la cúpula del Partido Comunista, este próximo otoño, viene precedido por una notable agitación política, especialmente después de la defenestración de una de las facciones, la más nostálgica de la simbología y algunos usos autoritarios maoístas, como el culto al líder.
Neutralizado Bo Xilai, artífice del milagro económico de la municipalidad de Chongqing, el camino parece despejado para un nuevo juego de equilibrios entre los tecnócratas de la “banda de Shanghai” y los actuales dirigentes, más sensibles a las demandas de los nuevos ciudadanos chinos.
Xi Jinping relevará en otoño a Hu Jintao en el liderazgo del Partido Comunista y en marzo los cambios serán entronizados por el parlamento chino en las instituciones del Estado.
Mientras no se completa este proceso de transición, la economía debe garantizar paz social.
Los brotes de descontento popular por escándalos de corrupción, problemas medioambientales o incluso un aborto forzado, son resueltos con negociación, indemnizaciones y diálogo, siempre como alternativa más amable a la omnipresencia de un estado capaz de controlar hasta los últimos movimientos de sus ciudadanos en la vida real y en la virtual.
Ante el uso cada día más eficiente de las redes sociales por parte de una clase media emergente de reclama derechos y consciente de que no va a poder parar el agua con las manos, Pekín mantiene e incluso refina la firmeza de aparato policial, pero muestra signos de aceptación y canalización del descontento siempre con el objetivo de evitar un cuestionamiento de la legitimidad política de la dirección comunista en un estado no democrático.
Hasta la fecha, la economía ha sido el gran antídoto de la revolución democrática; por ello Pekín no va a escatimar esfuerzos para que la pócima mágica de su milagro económico pierda efecto.