Redacción
03/05/2012
La sombra del caso Chen Guangcheng, el abogado ciego perseguido por las autoridades chinas por sus denuncias de violaciones de los derechos humanos, planea sobre las relaciones entre China y Estados Unidos y, en particular, sobre la cumbre bilateral de Pekín.
Sin nombrarlo, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, evocaba la difícil situación de los disidentes chinos al afirmar ante las autoridades comunistas de Pekín que ningún gobierno del mundo puede negar los derechos fundamentales a sus propios ciudadanos.
Chen Guangcheng ha denunciado amenazas por parte de las autoridades chinas hacia su familia si no abandonaba la embajada norteamericana en Pekín, donde se había refugiado una semana atrás después de escapar del arresto domiciliario en su casa de la provincia de Shandong.
Este miércoles era trasladado a un hospital de Pekín por el propio embajador norteamericano, Gary Locke, y Kurt Campbell, alto funcionario del Departamento de Estado, tras abandonar la legación diplomática de Estados Unidos.
Según fuentes norteamericanas, y en contra de la versión de Chen, lo hacía voluntariamente y, siempre según la embajada, ninguno de sus funcionarios había instado al disidente chino a marcharse ni se habían recibido amenazas por parte de las autoridades chinas.
Todo ello sucedía coincidiendo con la llegada a Pekín de Hillary Clinton y del secretario del Tesoro, Tim Geithner, para la cumbre anual entre ambas administraciones, una cita que repasa los principales acuerdos y desacuerdos entre la primera economía mundial y la principal potencia emergente.
Si junto a la situación económica global y las disputas comerciales, Corea del Norte y Siria debían dominar la agenda de la reunión, la peripecia de Chen Guangcheng se ha adueñado de la atención mediática, poniendo una vez más de relieve las dificultades de las autoridades comunistas chinas para gestionar cualquier atisbo de disidencia.
Y al tiempo, ha puesto en evidencia la tibia actitud de Washington en materia de derechos humanos frente a China.
Tras denunciar las supuestas amenazas chinas hacia su familia, las que le habrían forzado a abandonar la embajada, Chen afirma que los funcionarios de la legación norteamericana le empujaron también a salir.
En conversaciones con medios de comunicación occidentales, sostiene que se siente abandonado por el gobierno norteamericano y solicita al presidente Obama que interceda por él.
Si bien Washington intenta plantear las exigencias en materia de derechos humanos desde un terreno que no ofenda a Pekín, la realidad del caso de Chen y de centenares de disidentes chinos, críticos con los abusos del poder, emerge una vez más como prueba recurrentemente de la gran asignatura pendiente de la pragmática cúpula dirigente china, trasladar las libertades alcanzadas en materia económica en las dos últimas décadas al terreno político y social.
Con la fuga de Shandong, la entrada en la embajada norteamericana y la solicitud de ayuda a Obama, Chen arriesga su seguridad, la de su familia y probablemente compromete la de tantos otros disidentes, pero sabe que lo hace en un año sensible para la política china, a tan sólo unos meses del Congreso del Partido Comunista chino, donde para impulsar el proceso democrático, aunque sea pautado y dirigido desde la cúpula, la facción más aperturista puede utilizar su caso.
Y la más reaccionaria también, pero en el sentido contrario...