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Lunes, 23 de diciembre de 2024
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Pakistán, acusado de estar detrás de los talibanes
La compleja alianza entre Pakistán y Estados Unidos frente al yihadismo, vive un nuevo episodio de desconfianza por los últimos ataques de Al Qaeda y el asesinato del negociador de Kabul con los talibanes.
Redacción 23/09/2011 El gobierno pakistaní ha reaccionado enérgicamente a las acusaciones norteamericanas sobre una supuesta complicidad de los servicios secretos de Islamabad con los grupúsculos islamistas más radicales asentados en la porosa frontera entre Afganistán y Pakistán.

Estados Unidos siempre ha denunciado la connivencia de los servicios secretos de Pakistán, los Inter-Services Intelligence (ISI) con la red islamista Haqqani, que opera desde las áreas tribales pakistaníes fronterizas con Afganistán.
A través de Haqqani, apunta Washington, Islamabad intenta extender su influencia en suelo afgano.

Pero el Jefe de Estado Mayor norteamericano, el Almirante Mike Mullen, ha ido más lejos y ha denunciado claramente al ISI como agente desestabilizador de los esfuerzos de pacificación de Estados Unidos en Afganistán.

En concreto, Mullen afirmaba este jueves ante un comité del Senado que Haqqani y el ISI estaban detrás de las recientes acciones de los islamistas contra la presencia aliada en Afganistán, como el atentado contra un destacamento de la OTAN al sur de Kabul, el asalto la embajada en Kabul y el ataque contra el Hotel Intercontinental, también en la capital afgana, el pasado junio.

Tras un primer desmentido por parte del ministro de Interior de Pakistán, Rehman Malik, sobre la supuesta autoría de la red Haqqani y los servicios secretos, Islamabad aumentaba el tono de la protesta a través de la ministra de Asuntos Exteriores, Hina Rabbani Khar, quien advertía a Washington que de seguir lanzando tales acusaciones, perdería un aliado clave en la lucha contra el terrorismo de signo islamista.

En cualquier caso, Estados Unidos considera una prioridad desmantelar la red Haqqani, algo difícil de llevar a cabo sin incrementar los bombardeos de sus feudos en suelo pakistaní.

Difícil equilibrio

Al gobierno de Islamabad no le resulta fácil justificar los ataques desde aviones no tripulados norteamericanos sobre sus ciudadanos ante la opinión pública en un país de 120 millones de musulmanes.

Los bombardeos en las áreas tribales son la excusa perfecta para la actividad armada de los talibanes en suelo pakistaní, que ya en anteriores episodios de tensión han tenido que ser desalojados de sus feudos, como el valle de Swat, por el ejército.

Pero para Islamabad tampoco tiene ningún sentido romper con Estados Unidos, dado que Washington, a cambio del apoyo pakistaní en la lucha contra Al Qaeda, vuelca millones y millones de dólares en ayuda económica.

Este dinero no es prescindible para el gobierno de Yusuf Raza Gilani, en un país con abundantes bolsas de pobreza y que no despega económicamente debido precisamente a la permanente desestabilización causada por el contagio del conflicto afgano.

El último episodio que puso en evidencia la complejidad de las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán tejidas durante décadas, ya desde la Guerra Fría, era la muerte de Osama Bin Laden, el líder de Al Qaeda, a manos de un comando norteamericano en la ciudad pakistaní de Abbottabad.

El vuelo rasante nocturno de los helicópteros norteamericanos invisibles al radar hasta la residencia del líder de Al Qaeda sembró dudas consistentes sobre múltiples factores, como por ejemplo, hasta dónde sabían las autoridades pakistaníes de la operación, hasta dónde había protegido el ISI a Bin Laden…

El líder de Al Qaeda fue una creación de los servicios secretos norteamericanos, en colaboración con los pakistaníes, en los años en que desde Peshawar, la CIA y el ISI movían los hilos de la insurgencia afgana contra la ocupación soviética.
En Afganistán, la sospecha de la larga mano de los servicios secretos pakistaníes también alcanza al atentado suicida que costaba la vida este martes 20 de septiembre al jefe del comité negociador de la paz con los talibanes, Burhanuddin Rabbani.

Un negociador que formaba parte de la delegación enviada por los talibanes se inmolaba haciendo estallar el explosivo que llevaba oculto en su turban. Terminaba así trágicamente la misión negociadora de Rabbani.

¿Quién era Rabbani? Líder de los muyahidines afganos, apoyados por Estados Unidos y Pakistán, durante la década de los ochenta contra la ocupación soviética, Rabbani llegó a la presidencia de Afganistán en 1992, cargo que ocupó hasta que los talibanes, quiénes entonces habían pasado a tener el apoyo de Washington e Islamabad, le echaron del poder, en 1996.

Se refugió en el norte, con el Tigre del Panshir, Ahmad Shah Massud, y siguió siendo considerado por Naciones Unidas como el presidente legítimo de Afganistán.

El asesinato de Massud, los atentados del 11S de 2001 y la intervención armada norteamericana que a finales de ese año acabó con el régimen talibán le devolvieron a Kabul.

Por su autoridad e influencia, Karzai le puso al frente de la misión más delicada, alcanzar la reconciliación con los talibanes para que se reintegren en la vida política y abandonen las armas como medio para volver a sumir a Afganistán en la edad media.



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