China cubre a Kim Jong-Il

Redacción 27/05/2011 La nueva escenificación, con despedida en la estación incluída –Kim Jong-Il siempre viaja en tren blindado--, responde a un cambio de ciclo en la crisis norcoreana, centrada en las dos últimas décadas en el proyecto de Pyongyang de convertirse en potencia nuclear.

Debilitado por su frágil salud, abierto el proceso de sucesión por su propio hijo Kim Jong-un, el líder de la única dinastía comunista del Planeta parece no tener otra salida que adoptar el modelo chino de desarrollo como clave para la supervivencia del régimen.

Si a China le ha dado resultado, por qué no a su satélite oriental, un foco de inestabilidad en la zona que empieza a ser más un problema que un instrumento de presión ante los rivales regionales.

El futuro sin Kim Jong-Il, heredero directo del fundador de la patria estalinista norcoreana, es una incógnita total. Pekín no puede permitirse el lujo de entrar por la puerta grande del club exclusivo de las superpotencias –las que en el mundo globalizado unen poder económico y político-- sin resolver el dossier norcoreano, todavía una rémora de la Guerra Fría en un Planeta y un hemisferio en el que las grandes masas de población joven ni siquiera saben qué fue esa fase de la historia de la segunda mitad del Siglo XX.

Por ello Hu Jintao, siempre sonriente, le da la mano a Kim Jong-Il y alaba las dos decisiones más relevantes anunciadas por el líder norcoreano en Pekín: el compromiso con las conversaciones a seis bandas para la desnuclearización y situar como prioridad del régimen la mejora de las condiciones de vida de la población norcoreana.

Las autoridades de Pekín han acompañado a Kim Jong-Il en múltiples visitas a factorías y centros de innovación chinos con el objetivo de vincular al trasnochado dirigente norcoreano a un nuevo proyecto de desarrollo basado en las reformas económicas de signo capitalista bajo un férreo control político del aparato comunista: el gran axioma chino.

Se trata de hacer sostenible por medios propios la economía de Corea del Norte, que hoy por hoy depende básicamente de la ayuda exterior, principalmente china.

Los recientes brotes de hambruna en los últimos meses han forzado ya el establecimiento de un plan de emergencia por parte del Programa Mundial de Alimentos.

La apertura económica norcoreana, si se materializa en la línea de los signos lanzados por Pekín en esta visita del incómodo aliado, llegaría en un momento propicio para todas las partes.

En primer lugar, salvaría definitivamente a los norcoreanos de las penurias económicas que han sufrido toda la vida.

Una mejora de la economía norcoreana evitaría que el régimen recurriera sistemáticamente al chantaje nuclear para conseguir el envío masivo de ayuda alimentaria.

China se ahorraría un punto flaco de su política exterior, atacable por Occidente y Japón en cualquier escenario.

Japón podría dejar de estar pendiente de si los misiles norcoreanos sobrevuelan el archipiélago en pruebas destinadas a intimidar y conseguir contrapartidas económicas.

Y, finalmente, Corea del Sur podría empezar a pensar en un escenario de futura reunificación basado en la paulatina “colonización” económica del Norte y no tener que absorber, llegado el momento, un país en ruinas.

Seúl prefiere retrasar la reunificación para que ésta tenga un menor coste sobre su PIB.

Igual que los medios de comunicación chinos han dado una nueva cobertura a Kim Jong-Il, el gobierno de la República Popular está decidido a cubrirle las espaldas si sigue el destino que le marcan.

Kim regresa a Corea del Norte en tren blindado y con la ruta marcada, probablemente la última oportunidad para la supervivencia del régimen, al menos algunos años más, aunque sea renunciando a la evidencia, siempre aplazada por Pyongyang, que sin mercado no hay futuro.