Eva Queralt
07/02/2011
Afganistán inicia un proceso de negociación con los talibanes en el marco de un controvertido Programa para la Paz y la Reconciliación que ofrece incentivos para que los insurgentes abandonen las armas. Las mujeres, las principales víctimas del antiguo régimen talibán, luchan para que en este proceso se escuche también su voz.
El temor a que los derechos de las mujeres, recuperados tras la caída del régimen talibán –al menos sobre el papel-, se utilicen como moneda de cambio en las negociaciones de paz con los talibanes planea sobre Afganistán. Pero superada una década del actual
conflicto y tras más de treinta años entre diferentes guerras, las afganas coinciden con el gobierno de Kabul en que es hora de negociar.
Sheela Samimi es una de las 70 personas afganas que, como miembros del
Consejo Superior para la Paz, deben dirigir este proceso de transición hacia la reconciliación nacional. Este organismo fue creado por recomendación de la Jirga (Asamblea) por la Paz celebrada en Kabul en junio de 2010 y que reunió a 1.600 afganos para discutir sobre los planes del presidente Karzai de negociar con los talibanes.
Desde su creación, este Consejo ha recibido duras críticas por parte de asociaciones de derechos humanos por la forma poco democrática en que se escogieron sus miembros –los designó el gobierno según un difuso criterio de representatividad social- y por su composición, ya que forman parte de él numerosos antiguos Señores de la Guerra.
De los 70 miembros sólo nueve son mujeres, pero para Samimi es un gran éxito que las afganas estén representadas en este organismo, algo que para ella garantiza que el proceso sea sostenible. Activista con gran implicación social durante el régimen talibán y por lo tanto perseguida, es una gran defensora de estas negociaciones, e ilustra con un dicho afgano lo que opinan las mujeres sobre la situación actual: “El cuchillo ya ha llegado al hueso”, es decir, es imprescindible trabajar para el cambio.
“Yo conozco bien los problemas diarios de las mujeres afganas y es fundamental aprovechar esta oportunidad para hacer llegar nuestras exigencias y sugerencias al Consejo”, afirma. Samimi explica que estas nueve representantes juegan un papel importante en aspectos prácticos del organismo y en temas sociales; sin embargo, no participan en negociaciones directas con talibanes: “El objetivo actual no es que nos podamos sentar a negociar con ellos. Aunque estamos preparadas para hacerlo, creemos que hay que ir poco a poco y que estos momentos es prioritario pensar detenidamente en la estrategia para que estas reuniones sean eficaces”.
En esta fase embrionaria del proceso, la mayoría de las negociaciones se llevan a cabo a nivel local y con talibanes de bajo rango.
Un largo camino de lucha
Que las mujeres estén dentro del Consejo Superior para la Paz ha sido en parte gracias a una campaña de presión lanzada por varias organizaciones afganas. Tanto
Sheela Samimi como
Hasina Safi forman parte de
Afghan Women’s Network, una red que agrupa a más de 60 entidades afganas que trabajan por los derechos de las mujeres y a otras tres mil personas a título individual.
Samimi y Safi han discutido sobre el futuro de su país y sobre su papel como mujeres en este proceso junto a destacados expertos internacionales en Afganistán reunidos en Barcelona para participar en las jornadas que organiza cada año la
Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA).
La activista
Hasina Safi reconoce que las mejoras en temas de género desde 2001 en Afganistán, a pesar de ser importantes, se han quedado lejos de sus expectativas, por lo que queda mucho por lo que luchar. Safi recuerda que en la conferencia internacional celebrada en Londres en enero de 2010 para analizar la situación del país no se invitó a las mujeres afganas. Este encuentro se considera el inicio del proceso actual, ya que fue entonces cuando el presidente Karzai presentó su plan para la reintegración y la reconciliación con los talibanes, pero las mujeres no pudieron opinar.
Por ello, mientras se celebraba esta conferencia en Londres, asociaciones de mujeres afganas se reunieron en Dubai de forma paralela para exigir que se las tuviera en cuenta en este proceso. Finalmente, en la Jirga por la Paz sí que se escuchó su voz y lo vivido allí acabó de convencer a Safi de que hay lugar para el cambio si se mejora la comunicación entre los afganos: “La primera vez que intervine en la asamblea había hombres que apartaban la cara para no mirarme y dos días después me pedían la tarjeta y me invitaban a ir a hablar a sus provincias”.
En otro ejemplo de supuesto cambio de mentalidad, pocos días atrás el ministro de Educación afgano
Farooq Wardmak declaraba que los talibanes ya no se oponen a la educación de las niñas y mujeres. Desde AWN ésta ha sido una gran noticia, aunque su opinión optimista no es unánime. La ONG internacional
Human Rights Watch, que considera que esta declaración del ministro no es creíble, respondió con un
artículo de
Rachel Reid, investigadora de la ONG en Afganistán, publicado en The Guardian.
En esta carta abierta, HRW critica por un lado que un ministro participe en lo que llama una estrategia de “revisionismo” sobre la imagen de los talibanes. Pero además recuerda, con las propias estadísticas del ministerio de Educación, los ataques registrados entre marzo y octubre de 2010: 20 escuelas destruidas y 126 estudiantes y maestros asesinados, unos números superiores a los del 2009 y que pondrían en entredicho la supuesta declaración talibán a favor de la educación.
La exministra afgana
Sima Samar, invitada por ASDHA en 2010, ya señalaba que si los talibanes volvían al poder debía ser con un profundo cambio de mentalidad respecto a la libertad y los derechos de las mujeres, de lo contrario se volvería a la situación de diez años atrás, lo que supondría un gran fracaso. Samar incidía en que en el caso de negociar era necesario imponer condiciones previas y dejar claros los límites.
Con todo,
Safi argumenta a favor de la negociación que cuando las mujeres reivindican un paso más en sus derechos (justicia, mejoras sanitarias, seguridad para estudiar…) siempre se les responde que no es posible por falta de seguridad y estabilidad, por lo que cualquier paso dado en esta dirección será bienvenido. Además,
AWN ha presentado ante el Consejo Superior por la Paz sus propias reivindicaciones, como que se asegure la igualdad de la mujer tal como expresa la Constitución afgana, que se reconozca el papel de AWN como interlocutor en el proceso o que el 25% del presupuesto del Programa se destine a proyectos para mujeres.
Otras organizaciones afganas, en cambio, han mostrado su rechazo a este proceso impulsado por Karzai, como
RAWA (Revolutionary Association of the Women of Afghanistan). Esta organización, contraria a la intervención militar extranjera, ante la presencia de los Señores de la Guerra en la Jirga por la Paz publicó una declaración titulada “Paz con los criminales, guerra con el pueblo” en el que se señalaba el proceso de reconciliación como una traición de Karzai hacia sus conciudadanos.
Thomas Rutting, codirector del centro de estudios
Afghanistan Analyst Network y participante en las jornadas de ASDHA, sí que es partidario de negociar pero señala que deben ser precisamente las mujeres las que en esta etapa de transición marquen las líneas rojas, los límites. Por ello considera que su representación en los organismos creados para negociar la paz debería ser mayor. Además Rutting advierte del peligro que supondría afrontar esta etapa de forma precipitada y reclama cautela, porque aunque es partidario de aprovechar los espacios abiertos para el cambio, afirma que no es un buen momento para negociar si tenemos en cuenta el actual marco bélico.
Por otro lado,
Michael Semple, exdiplomático de la Unión Europea expulsado de Afganistán en 2007 por negociar con talibanes a espaldas de Kabul y actual miembro del
Carr Center for Human Rights Policy, asegura que los talibanes saben que no volverán a la situación anterior. Semple, uno de los expertos que mejor conoce a la insurgencia, está convencido de que dentro de su heterogeneidad, los talibanes evolucionan en su forma de ver el país, no de forma repentina ni radical, pero sí de forma progresiva.
Con todo, el riesgo de que Afganistán pueda vivir una involución y que se genere una nueve guerra civil no está totalmente disipado en esta transición marcada por una gran cantidad y variedad de actores, pero la creciente participación de las mujeres puede contribuir a crear la cohesión social necesaria para evitarlo.