Anna Zaera
09/10/2009
Jeon Soo-il, el director de “
I come from Busan”, explica que en su época de estudiante, para ganarse un dinero extra, ejercía como tutor en el vuelo que llevaba a París a los niños surcoreanos adoptados por familias francesas. Cuando llegaban a su destino, los críos le agarraban las manos sin querer soltarlo, una sensación que él todavía recuerda.
El fenómeno de la adopción, muy presente en los informativos de la televisión surcoreana en forma de estadísticas, despertó en el director la necesidad de interesarse por estas madres y estos hijos que, separados al nacer, muchas veces, se pasan la vida intentando reencontrarse.
“I come from Busan”, que formó parte de la sección oficial del Festival de Cine San Sebastián y fue aplaudida y repudiada a partes iguales, retrata este drama contemporáneo, a través de la experiencia de In-hwa, una chica de dieciocho años que debe enfrentarse sola a un embarazo cuando todavía tiene cuerpo y modales de adolescente.
In-hwa, abrumada por su nueva condición y presionada por su única amiga, que está tan sola como ella, se ve obligada a entregar a su hijo en adopción nada más dar a luz. Esta decisión, sin embargo, representa el inicio de un proceso largo, en el que la protagonista toma conciencia de su maternidad y emprende su particular batalla contra la burocracia para recuperar a su bebé.
Antes de esta reacción de la protagonista, el espectador tendrá que esperar una hora larga presenciando como la In-hwa embarazada pasea su cuerpo indolente y desvalido sin rumbo alguno.
Los planos estáticos de los paseos de la chica, que muchas veces provocan al espectador el mismo hastío que seguramente el director pretendía imprimir en la vida de la protagonista, se repiten una y otra vez, llenando de tedio la pantalla.
La fotografía de este filme, plana y sin detalles, también adquiere por momentos un tono glacial, según el director, influenciado por su anterior película “Himalaya: Where the Wind Dwells”, una historia sobre el vacío existencial rodada en las montañas de Nepal.
En este caso, la protagonista deambula entre las embarcaciones abandonadas y la maquinaria naval oxidada del barrio portuario de Busan, ciudad natal del director y, según él, un lugar idóneo para ambientar esta historia, ya que encarna muchas de las lacras de Corea del Sur, como el alcoholismo, la violencia o la prostitución juvenil.
El director, que ya se había adentrado sin remordimientos en los bajos fondos de la sociedad surcoreana con la película “
With a girl of black soil” -ganadora entre del
Durian de Oro en el BAFF 2008-, llega a la misma conclusión: detrás del crecimiento económico, se esconden espacios donde no llega el amparo del gobierno y donde las personas sobreviven deambulando como autómatas.
En Corea del Sur, esta película se estrenó con el nombre de “Puente Yeongdo”, el mismo que la protagonista recorre innumerables veces en el filme. Sin embargo, para el estreno en las salas occidentales, el director prefirió cambiarlo por “I come from Busan”, todo un homenaje a su ciudad y una reivindicación a la identidad de tantas madres e hijos separados.