Anna Zaera
19/10/2009
El escritor y dramaturgo
Yukio Mishima, es un ejemplo, ya paradigmático, de esta emoción subterránea que siempre ha fluido por los bajos fondos de este país. Leerlo, cuarenta años después de su muerte, todavía provoca una mezcla de placer y desasosiego. Quizás las mismas sensaciones que tiene un artista al crear y que también el propio Mishima sentía cuando escribía.
Y es que el joven Mishima se enclaustraba diariamente en su habitación, de madrugada, para escribir durante horas. De esta actividad surgían novelas enteras en períodos tan cortos como 4 o 6 meses.
“El color prohibido”, editada ahora en español por
Alianza Editorial, es una de estas novelas escritas casi compulsivamente en pocos meses, pero que marcará como ninguna obra suya lo había hecho antes, el estilo de Mishima y su habilidad por expresar la complejidad de los sentimientos humanos y la dificultad de las personas por adaptarse a la sociedad en la que han nacido.
Mishima escribió “El color prohibido” en 1951 cuando tenía sólo veinticinco años.
Es este Mishima veinteañero, que hacía sus pinitos como escritor de éxito dentro de los círculos literarios de Tokio y que empezaba a tener sus primeras experiencias sentimentales con hombres, el que escribe esta novela que retrata, por una parte, el miedo del joven Mishima por ingresar en la edad adulta y, por otra, el miedo a tener que enfrentarse a una sociedad que en plenos años cincuenta no aceptaba su identidad sexual.
Este miedo se encuentra en el núcleo de esta ficción, que nace a partir del encuentro casual entre un escritor sexagenario y un joven homosexual casado con una mujer por conveniencia. A partir de aquí, los personajes van experimentando hasta dónde llegan los límites de su curiosidad por lo que no tienen. Al joven le falta experiencia. Al viejo belleza. A través de la relación que se establece entre ambos, reparan sus carencias, en un mundo donde no parece haber espacio para la intimidad entre dos hombres.
“
El color prohibido” acaba siendo una historia entre hombres, más que una historia entre homosexuales. Shunsuké, frente al joven Yuichi, reafirma su masculinidad y su saber. Yuichi, por su parte, encuentra un referente y un vínculo incondicional para construir su incipiente identidad homosexual. La atracción sexual entre ambos no deja de ser un elemento secundario, pero que envuelve toda la novela, y le sirve a Mishima para retratar con detalle los ambientes clandestinos del Japón de los cincuenta, unas líneas con gran valor sociológico.
Sin embargo, desde la perspectiva actual, que ya no se escandaliza ante las historias entre personas del mismo sexo, muchos la consideran mediocre en la producción literaria de Mishima. Incluso el traductor, Jordi Fibla, la discute, tachándola de inmadura e irregular. Es cierto que el ímpetu de Mishima desborda cada página y el argumento acaba devorado por una vorágine de emociones que puede desquiciar a los más atormentados y aburrir a los incrédulos. El gusto por los monólogos interminables de Shunsuké frente a Yuichi refleja la necesidad de Mishima de poner palabras a dos maneras muy diferentes de concebir la vida.
Ya en “
Confesiones de una mascara”, su novela anterior, Mishima había descrito en tono desgarrador su condición de “outsider” y su terror a que el tiempo lo despojara de su rígida coraza. Mishima temía el momento en que no sería capaz de esconderse, pero en cierta manera lo deseaba, y así lo expresaba en sus obras. Para muchos, “El color prohibido” es una segunda parte reposada de “Confesiones de una Mascara”.
Esta obra se une a la reciente reedición de algunas de sus obras en castellano, como “
Después del banquete”. Junto al reestreno de la película “Mishima: Una vida en cuatro capítulos”, dirigida por Paul Schrader, la figura de Mishima renace como un símbolo de la postmodernidad. Mishima ha vuelto para quedarse.