Anna Zaera
03/09/2009
Muchos lo comparan con Obama, por ser el precursor de un cambio histórico en Japón, pero ampliando la perspectiva, su perfil se acerca más a todo un Kennedy a la japonesa. Descendiente de una familia con larga tradición política y rodeado de cierto halo de carisma, encara este nuevo reto conociendo a fondo los entresijos del mapa político japonés.
El líder del Partido Democrático de Japón (PDJ) es el perfecto político de cuna. Su apellido, Hatoyama, es un viejo conocido en la escena política japonesa, con presencia pública desde hace cuatro generaciones. Ya el bisabuelo del recién elegido primer ministro, Kazu Hatoyama, ocupó un cargo político a finales del siglo XIX, como representante en el Parlamento nipón. Su abuelo, Ichiro Hatoyama, se convirtió en primer ministro de Japón en los años cincuenta. Por último, el antecesor más inmediato, su padre, Lichiro Hatoyama, ostentó el ministerio de exteriores en los años setenta bajo el gobierno de Takeo Fukuda.
Si por vía paterna destaca su estirpe política, la ascendencia genealógica del nuevo primer ministro se completa con una familia materna de larga tradición empresarial. Su abuelo fue el fundador de la compañía de neumáticos Bridgestone, una empresa que les permitió amasar una importante fortuna. Según los medios de comunicación nipones, la madre del vencedor de las elecciones fue apodada “madrina” ya que el dinero de la empresa familiar contribuyó a financiar la carrera política del joven Yukio y de su hermano Kunio, también político en activo.
Educado en Tokio y postgraduado en la prestigiosa universidad de Stanford (Estados Unidos), su estancia en el extranjero le permitió completar su currículo profesional como ingeniero y, de paso, dominar perfectamente el inglés. Un Yukio treintañero regresó a su país deslumbrado por la cultura estadounidense y dispuesto a seguir la tradición e integrarse en el engranaje político de su país.
Sin embargo, como muchos hijos de buena familia, Hatoyama alternó su perfil más político con incursiones en el mundo de la farándula. De hecho su esposa, Miyuki Hatoyama, a quién conoció en Stanford, tiene una larga carrera en el mundo del espectáculo. Actriz de profesión y actualmente contertuliana en algunos medios nipones, se ha labrado una imagen pública propia que, sin duda, determinará su papel como primera dama.
Según los medios nipones, ella ha sido la artífice de buena parte de la estrategia electoral de su marido. En especial, en los asuntos relacionados con la imagen pública del candidato. Se puede intuir la experiencia mediática de su esposa, en la actitud cercana y relajada que Hatoyama ha lucido a lo largo de la campaña. El candidato no ha dudado en confesarse aficionado al fútbol americano y no ha renegado de sus pinitos en el mundo de la música en los años ochenta –hasta grabó un disco-.
Junto con su programa político basado en regenerar la anquilosada clase política japonesa, no ha dudado en explotar sus aficiones para perfilarse como un hombre sensible a los asuntos sociales y con suficientes amarres como para marcar un nuevo rumbo para Japón.
Sus tablas se han dejado ver en más de una ocasión. Un ejemplo curioso es su soltura en sacar provecho de la caricatura que algunos le hicieron llamándole E.T. por la forma de sus ojos y de su frente. Hatoyama mandó imprimir pegatinas con su nombre y la cara del extraterrestre, con lo que su popularidad aumentó notablemente. Hatoyama no es un novato y sabe que todo cuenta para conseguir la confianza de los ciudadanos.
Este saber hacer de cara a la galería ha marcado la vida política de Hatoyama. De hecho, inició su carrera política en el Partido Liberal, representando a esta formación en el parlamento en los años sesenta. En los años noventa, descontento con la marcha del partido, decidió fundar el PDJ, un partido que se consolidó lentamente pero que nunca estuvo a la altura del todopoderoso PLD. Esta última legislatura, azotada por la crisis y con un Taro Aso fuera de combate, ha permitido que Hatoyama y su equipo consiguieran arrancar a los japoneses el voto del “cambio”, tras 54 años del PLD en el poder.
Este pasado común explica que no existan unas diferencias ideológicas abismales entre los dos partidos que han competido por ganar las elecciones. Hatoyama, aunque ha intentado presentarse como el revulsivo que Japón necesitaba, es una figura plenamente integrada en el establishment nipón. Una circunstancia que en parte puede beneficiarle ya que podrá restaurar, si éste acaba siendo su propósito final, con conocimiento de causa, la maquinaria política japonesa, muy desgastada por el peso de los burócratas.