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Viernes, 22 de noviembre de 2024
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La Camboya de los pueblos flotantes
Asentamientos humanos en el lago camboyano de Tonlé Sap
Pueblos flotantes Anna Zaera 03/08/2009 El hombre se adapta a su medio como cualquier especie animal. Una prueba evidente de esta capacidad innata son los asentamientos humanos en el lago camboyano de Tonlé Sap, la mayor extensión de agua dulce del Sudeste Asiático.

Camboya, al igual que sus países vecinos, ha integrado su paisaje humano en el medio acuático desde hace siglos. En la época de monzón, que va de junio a octubre, las lluvias alimentan el curso de los ríos y el agua inunda grandes extensiones de terreno. Esta metamorfosis en el paisaje motivó que, desde tiempos remotos, muchas comunidades del Sudeste Asiático fijaran su residencia en medio del agua: fuente de alimento y una vía de comunicación eficiente para el intercambio.

Kompong Luang, una aldea situada en la provincia camboyana de Pursat, es uno de los 200 pueblos que parecen emerger de las entrañas del propio Tonlé Sap, que baña 2.590 km2 del centro de Camboya y que en la temporada de lluvias puede dilatarse hasta diez veces más que su tamaño inicial. “En este pueblo las casas flotantes se desplazan periódicamente dependiendo del nivel del agua” explica Takahashi Masaya, un cooperante japonés afincado en esta aldea. Es en pleno mes de junio cuando empiezan las crecidas, subordinadas al aumento del caudal del gran río Mekong.

“Las más de 6.000 personas que viven en Kompong Luang deben reubicar sus viviendas cada mes” explica Masaya, “puedes cambiar de vecinos cada mes” añade con ironía este cooperante nipón que lleva un año en la aldea. Durante la poca seca se desplazan hacia el interior del lago y cuando empiezan las lluvias emprenden el movimiento centrífugo. “El hospital anclado en tierra firme es la única referencia con la que cuentan. Es curioso ver como en la temporada lluviosa se encuentra en el centro del pueblo y en la seca en las afueras”.

Una ordenación urbanística caprichosa, pero que sigue su propia lógica. Las viviendas construidas sobre plataformas de madera se alternan con las minúsculas embarcaciones de techos de paja. Estas viviendas de muy distinta naturaleza – demuestran la diferencia de clase entre los habitantes- se alinean formando canales por donde serpentean hábilmente las embarcaciones, vehículos por excelencia de esta comunidad, muchas veces convertidas en tiendas ambulantes.

La fisonomía del lugar viene determinada por la pesca, que es fuente de sustento de la mayoría de los habitantes. “Se realizan muchas actividades alrededor de este sector como, por ejemplo, la construcción de embarcaciones, la fabricación de redes de arrastre o el propio proceso de envase y deshidratación del pescado” explica Masaya. El pescado y los crustáceos, también son, como no, la base de la dieta de los lugareños que complementan con arroz, huevos y verduras.

Estas aldeas, para muchos turistas, bucólicos parajes anclados fuera del tiempo, están sometidos a unas condiciones de vida difíciles. Kompong Luang, como la mayoría de los pueblos flotantes, “registra un índice de pobreza elevado” dice Masaya. No cuenta con electricidad, gas o agua corriente. “Los habitantes de estos pueblos consumen el agua contaminada del lago lo que provoca graves problemas de salud” apunta. En mejorar las condiciones de vida radica su trabajo. Masaya forma parte de un proyecto para potabilizar agua diseñado por varias empresas japonesas en colaboración con un movimiento de misioneros católicos. “Potabilizamos el agua y la vendemos a las aldeas flotantes del lago a 500 riels los 20 litros. –un precio simbólico, que sería equivalente a 8 céntimos de euro-.

La mayoría de habitantes de esta comunidad son de origen vietnamita. Emigraron a los pueblos flotantes alrededor de los años ochenta, perseguidos por el régimen de los Jemeres Rojos. Se instalaron en Camboya pero desde aquel momento “han vivido al margen de la administración camboyana” explica. “Muchos de los habitantes no entienden el jemer y no saben cómo pedir o recibir ayudas de las instituciones del estado”. Quizás por eso, Masaya es consciente que “la educación puede significar la base para el desarrollo”.

En la escuela del pueblo, contigua a la iglesia se alternan las clases de vietnamita con las de jemer y las familias pueden elegir la educación de sus vástagos en función de su etnia y religión. “El objetivo es que no pierdan sus raíces, pero que, al mismo tiempo, aprendan la lengua camboyana” dice Masaya.

A parte de la mayoría vietnamita, en Kompong Luang, conviven distintas etnias como la minoría musulmana cham, la china y los propios camboyanos. La diferencia cultural y también religiosa convive pacíficamente en la aldea. “Cada familia celebra sus rituales culturales y religiosos con naturalidad”. Una normalidad que se traslada sobre el terreno, donde la pagoda y la iglesia católica sobresalen entre las otras viviendas y dominan una misma estampa aérea.

Aunque los descendientes de estas tierras inundadas han mantenido las tradiciones de sus ancestros, no han renunciado al bienestar de la modernidad. Muchos tienen instalada una antena parabólica en la azotea. Tampoco faltan los establecimientos propios de una urbe postindustrial: gasolineras, desguaces, talleres mecánicos, y boutiques de estética como peluquerías, tiendas de moda o salones de belleza.

Aunque este particular estilo de vida ha condicionado los hábitos de la gente también ha dejado mella en sus cuerpos. Hernán Pinilla, un sacerdote colombiano que oficia misa en la aldea, afirma que en el centro médico municipal se registran muchos casos de desviación de columna vertebral o problemas de rodilla y cadera, ya que muchas personas habitan en barcas diminutas que les impiden mantener una postura erguida o dormir con el cuerpo extendido.

Esta geografía humana, forjada en los hábitos más cotidianos, tiene su continuidad en las nuevas generaciones que asoman por la ventana de sus chozas. Cuando llegan las hordas de turistas, eso sí, se suben a la barca y reman hacia ellos para llamar su atención y conseguir algún dólar. Cuando los forasteros se van, los chiquillos se pasan por la iglesia y le piden insistentemente al párroco que les deje jugar a pelota, es la superficie firme más extensa de Kompong Luang.
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