Eva Queralt
21/07/2009
En buena medida porque el gobierno de Pekín se ha esforzado en culpabilizarla del levantamiento popular uigur en Urumqi, donde los enfrentamientos entre chinos de la etnia mayoritaria han y la población originaria, los uigures, se saldaron a principios de julio con unos doscientos muertos.
Kadeer pasó más de cuatro años en una cárcel china antes de marcharse al exilio. Vive en Estados Unidos, desde donde dirige las actividades de las
organizaciones de apoyo a los uigures desde el exterior
Rebiya Kadeer es una vieja conocida de la dirección comunista china. Antes de caer en desgracia, era una empresaria de éxito en Urumqi, donde dirigía un imperio comercial y trabajaba por mejorar las condiciones de vida de la población uigur, en particular de las mujeres, a las que ayudaba a crear negocios.
Era escuchada en Pekín, donde participaba anualmente en el plenario de la Asamblea Política Consultiva Nacional Popular, un parlamento ampliado sin capacidad legislativa alguna pero destinado a conocer mejor las aspiraciones de la sociedad china
Precisamente, acogiéndose a esta función de la cámara, Kadeer reclamó desde la tribuna que Pekín llenara de contenido la autonomía de la que supuestamente disfruta Xinjiang y que respetara los derechos humanos en la región.
El desafío no fue encajado por el gobierno chino, que la expulsó de la Asamblea Consultiva. El desencuentro fue en aumento hasta la detención, bajo la acusación habitual de revelación de secretos de estado. Luego llegó el exilio.
Pero ¿por qué le interesaría ahora a Pekín ver crecer la figura de Rebiya Kadeer, defensora hoy del derecho a la autodeterminación del pueblo uigur?
China puede fácilmente estar reproduciendo el esquema que aplica en el Tíbet, criminaliza al exilio e intenta ganarse, a base de inversión y desarrollo material, a las élites locales en el interior. Pekín fomenta así la división entre el elemento exterior, el enemigo, y la alternativa interior con la que negociar desde una posición de fuerza.
Hasta hoy, Xinjiang no tenía una figura conocida internacionalmente como sí es el caso del Tíbet. Y a pesar de la lucha de Rebiya Kadeer y del interés de Pekín en convertirla en la gran culpable de todo, esta empresaria en el exilio puede tener autoridad moral, pero no el liderazgo espiritual propio del Dalai Lama.
Es más, la causa uigur, sin tener nada que ver con el islamismo de Al Qaeda, es fácil de identificar instrumentalmente con el oscuro mundo de Bin Laden, por el simple hecho de que los uigures, de etnia turca, son musulmanes.
Pero dicha identificación no sería inteligente por parte de Pekín, porque situaría al gobierno chino como uno más de los enemigos de Al Qaeda, luego en riesgo de ser objetivo de su terrorismo indiscriminado.
De hecho, desde Al Qaeda han salido los primeros mensajes prometiendo venganza por la represión policial china en Urumqi.
Casi inmediatamente, China ponía en marcha una televisión dirigida al mundo árabe-musulmán con el objetivo de mejorar su imagen en una zona, Oriente Medio, donde alberga grandes intereses, especialmente energéticos.
La criminalización de Rebiya Kadeer responde pues al intento de Pekín de mantener el difícil equilibrio entre el respeto por un pueblo musulmán y la mano dura contra sus líderes secesionistas.