‘Sangue sabur’, cuánta paciencia…

Eva Queralt 18/06/2009 Cuenta la mitología persa que existe una piedra mágica, llamada ‘sangue sabur’, a la que puedes explicar todas tus preocupaciones. La piedra te escucha bien pacientemente hasta que un día explota y tú te sientes liberado.

Atiq Rahimi (Kabul, 1962) ha personificado la ‘sangue sabur’ en un guerrillero afgano que yace inmóvil, como la piedra, en una humilde habitación de su casa. El soldado ha vuelto de la yihad en estado de coma, con una bala en la nuca que ni le mata ni le deja vivir.

No le deja vivir a él ni a su esposa, una joven mujer que sólo ha convivido con su marido tres años de los diez que llevan casados, que incluso celebró su boda sin su presencia física, y que ahora debe de cuidar de un cuerpo que ha vuelto inerte de la guerra.

La mujer, que se desespera paulatinamente ante tal situación, empieza a hablar con su marido y a explicarle su verdad, lo que ella ha vivido desde pequeña y desde su boda, sus sentimientos, sus frustraciones, sus secretos… lo que nunca jamás se atrevería a explicar ante nadie que estuviera despierto.

Ella, de quien no sabemos ni el nombre, destapa su angustia, su soledad, su desesperación y su incomprensión por el mundo en el que vive; y la dureza de la vida conyugal en una familia afgana islamista, dándose cuenta de que jamás ha besado a su marido, que no han compartido nada en diez años y de todos los sacrificios realizados para evitar que la abandonara.

Las frases cortas y directas hasta el extremo, a veces de una sola palabra, crean un ambiente casi teatral, con una contextualización de libreto en la que sólo conocemos los detalles indispensables de aquello que rodea a los personajes y que el autor nos transmite en cuentagotas a través de un narrador omnipresente.

El paso del tiempo se hace pesado, marcado por las respiraciones del hombre, único movimiento que realiza y con el que logra tomar vida, estar presente en la casa. Y en el exterior sigue la guerra, que impone otro ritmo, mucho más precipitado, que contrasta con el de la habitación.

El autor explica que la obra es “un grito contra la sinrazón de las guerras”, pero el conflicto queda algo lejos, está en el exterior, y cuando entra en la casa se convierte en otra cosa muy distinta. En cambio, la novela sí que es una muestra de la negación de la mujer ante el hombre, la opresión y la sumisión.

No en vano, el libro va dedicado a Nadia Anjuman, una joven poeta afgana de 25 años, amiga del autor, que fue asesinada brutalmente por un marido culto y educado en Herat en 2005. La rabia provocada por esta trágica historia se encuentra en el origen de la obra.

Las tres primeras novelas de Rahimi, escritas en persa, fueron “Tierra y cenizas” (Lengua de Trapo), “Laberinto de sueño y angustia” (Siruela) y “Le retour imaginaire”, no traducida. La adaptación cinematográfica de la primera de ellas, dirigida por él mismo, fue galardonada en 2004 en el Festival de Cannes con el premio “Regard sur l’avenir”.

El autor, que se exilió de Afganistán a mediados de los años 80, durante la invasión soviética, vuelve ahora con frecuencia a su país, inspiración de sus obras.