La compleja herencia de Tiananmen

Redacción 30/05/2009 Y a pesar de ello, ¿por qué las autoridades chinas conservan un pánico escénico y al tiempo visceral a toda referencia a los acontecimientos de Tiananmen?

Saben íntimamente que la matanza, su recuerdo, socava la legitimidad del régimen, al menos hasta que éste no haga examen de conciencia y modifique su versión oficial de los hechos, lo que se conoce como el “veredicto de Tiananmen”.

Probablemente el aniversario de la revuelta estudiantil pro democrática no sea el eje central de las conversaciones triviales en las calles de Pekín en esta primavera. Y, sin embargo, el gobierno no se permite relajarse ante lo que considera un grave desafío, es decir, la posibilidad de que los ciudadanos intenten reivindicar la memoria de los que murieron por denunciar, en 1989, la corrupción en el Partido Comunista y en la administración, así como el rápido enriquecimiento de algunos entre una gran mayoría de chinos pobres.

El primer grave problema, la corrupción, no ha desaparecido. Al contrario, se ha generalizado y, en cierto modo, ha lubricado el rápido desarrollo de las dos últimas décadas. Sí ha cambiado, cuestión clave, la actitud de las autoridades. El presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao son quienes encabezan la lucha contra la corrupción y la señalan como la principal amenaza para la estabilidad.

Esto no la ha hecho desaparecer, pero desactiva la tentación de acusar al gobierno de ampararla, aunque muchos altos cargos lo hagan. Es cierto que algunos han sido condenados y ejecutados por ello.

El gran abismo que separaba en 1989 a la inmensa mayoría de chinos de los nuevos ricos sí se ha modificado.

Aunque algunos analistas sin perspectiva histórica de lo que supone el desarrollo chino deduzcan, a partir de una visión superficial, que existen grandes diferencias sociales, la realidad es que la política económica de Pekín, precisamente desde los hechos de Tiananmen hasta hoy, se ha orientado con el objetivo de repartir la riqueza más equilibradamente. Ello ha permitido el surgimiento de una clase media que garantiza la solidez del milagro económico chino.

Por eso los pobres no se levantan contra el sistema aunque desde un punto de vista occidental, superficial y primermundista nos parezca mentira.

Cuando los estudiantes se manifestaban en Tiananmen en la primavera de 1989, Pudong no existía. Es decir, existían solares vacíos y hangares medio derruidos de industrias estatales obsoletas. Para entender qué representa el desarrollo chino de las dos últimas décadas sólo hace falta mirar cualquier imagen actual del skyline de Shanghai en Pudong.

El imperio –rojo, en este caso— no podía permitirse el lujo de admitir la verdad, es decir, que los estudiantes, en 1989, tenían razón, porque habría significado el principio del fin.

Pero sí podía –prueba del gran pragmatismo chino-- desarrollar un modelo económico que aliviara las frustraciones de los ciudadanos y le garantizara paz social.

El régimen comunista ha gestionado con gran habilidad, al tiempo que con mano de hierro, la formación de una nueva mentalidad entre los jóvenes. No ven beneficios en una democracia que nunca perdieron, luego creen que no la necesitan, que incluso traería inestabilidad frente al único presente que conocen.

Las nuevas generaciones chinas disfrutan de un espacio de libertad personal cada vez más amplio, no les va mal a nivel económico y están orgullosas de su país y de sus dirigentes, quienes, frente a la crisis de Occidente y, más simbólicamente, de Estados Unidos, presentan al mundo crecimientos cercanos al 7%.

Pero Pekín no puede acallar lo que no controla, como la voz de Zhao Ziyang –fallecido en 2005--, que se eleva, desde dónde esté, en forma de libro de memorias sobre los fatídicos días que precipitaron la matanza.

El libro ha sido presentado recientemente en Hong Kong y se basa en conversaciones con Zhao poco después de su defenestración por el patriarca Deng Xiaoping a instancias de la facción más dura del régimen.

Zhao pidió perdón a los estudiantes y fue destituido como secretario general del Partido Comunista por no apoyar la imposición de la ley marcial.

En la Plaza de Tiananmen, además del megáfono, Zhao se hizo acompañar por un joven y prometedor dirigente reformista chino, su poco conocido secretario Wen Jiabao.

Hoy, como primer ministro chino, se le escucha atentamente en todas las capitales del mundo, en la Vieja Europa y en los Estados Unidos devastados por los Bush Jr y los Madoff.

El recorrido de Wen Jiabao desde Tiananmen hasta el presente es el símbolo de la inteligencia de un régimen que no será democrático, pero que aprendió la lección de Tiananmen e intenta ampliar paulatinamente las libertades individuales y sociales para evitar que las incontables protestas debidas a las graves injusticias que sufren los chinos cristalicen en una nueva exigencia organizada y masiva de derechos políticos.

Con todo, las palabras póstumas de Zhao son exactamente lo que parecen, el regreso de un fantasma del pasado que recuerda al régimen comunista chino que tiene una cuenta pendiente con la democracia y que seguirá oyendo esa voz en Internet, desde Hong Kong, desde el Tíbet y, aunque tímidamente, desde Occidente, hasta que decida dejar de reescribir la historia como no fue.