Zardari devuelve el poder de Pakistán al clan Bhutto
Asif Ali Zardari, viudo de la ex primera ministra Benazir Bhutto, asume la presidencia de Pakistán tras forzar la renuncia de Pervez Musharraf. Con él, vuelve al poder este histórico clan de políticos en un momento de grave crisis económica y creciente inestabilidad por la violencia islamista.
Eva Queralt
15/09/2008
Asif Ali Zardari se ha alzado con la presidencia de Pakistán con una amplia mayoría en las cuatro asambleas regionales y en las dos cámaras nacionales. Un hecho difícil de imaginar hace solamente diez meses, cuando su familia se disponía a volver al país tras el exilio en Londres donde se refugiaba para evitar las causas judiciales pendientes por corrupción.
A pesar de los problemas con la justicia, Benazir seguía siendo una figura clave en la política del país y en ese momento, con un Musharraf muy debilitado, se veía como la única persona capaz de unir al pueblo pakistaní. Pero el asesinato de la histórica líder en plena campaña electoral en diciembre pasado puso al frente del Partido Popular de Pakistán (PPP) a Zardari, un hombre de negocios con un perfil controvertido, que nunca tuvo la personalidad y la estima del pueblo de la que disfrutaba su esposa.
La familia Bhutto ha estado en el poder o en la lucha por él desde los años 70. Hija de Zulfikar Ali Bhutto, fundador del PPP, y de Nusrat, también política, Benazir Bhutto heredó la fuerza de su estirpe y se erigió como primera ministra en dos ocasiones (1988-1990 y 1993-1996), en una época de disputas y alternancias en el poder con el ahora líder del segundo partido del país, la Liga Musulmana de Pakistán – N, de Nawaz Sharif.
La llegada a la presidencia de Zardari representa el fin de la era Musharraf, pero puede ser un paso adelante o la vuelta a la situación política de la convulsa década de los años 90. Además, sin experiencia previa, llega al cargo en un momento nada fácil, con grandes retos a los que se deberá enfrentar: la grave situación económica y la creciente fuerza de los simpatizantes de al Qaeda y del movimiento talibán, que no sólo se refugian en las áreas tribales de territorio pakistaní, sino que cada vez actúan más dentro del país.
En el plano económico, la subida del precio de los carburantes se ha sumado al freno de la economía y ha provocado el peor déficit presupuestario en una década, con 21.000 millones de dólares, hinchado por las políticas preelectorales del gobierno de Musharraf, que aumentó los subsidios en alimentos y energía. A la vez, la inflación del 24,3% registrada en julio representa la cota más alta en treinta años; el paro crece y la población es cada día más pobre.
Sin embargo, donde más deberá demostrar Zardari sus dotes como líder será en la lucha contra el terrorismo. Los atentados de radicales islamistas en suelo pakistaní van en aumento y la zona fronteriza con Afganistán se ha convertido en el foco de los principales enfrentamientos.
Si bien él ha defendido en los últimos meses el diálogo con los líderes de las zonas tribales del norte e incluso ha llegado a acuerdos de paz con líderes protalibanes, la presión norteamericana le ha forzado a adoptar una actitud más beligerante.
Pero Estados Unidos, dando un paso más allá, incluso sin apoyo de la OTAN, ha empezado a ampliar la intervención en Afganistán a suelo pakistaní, con ataques selectivos a ambos lados de la frontera.
Estas acciones suponen una grave violación de la soberanía nacional y Zardari deberá decidir si permite estos ataques o se enfrenta a un aliado clave. Pero deberá recordar que si bien Pakistán necesita mantener las buenas relaciones con Washington, un factor clave en la pérdida de la popularidad de Musharraf se debió a que la población le consideró una marioneta de Washington. ¿Aceptará ahora el pueblo pakistaní que el nuevo presidente permita a Estados Unidos bombardear localidades pakistaníes en su lucha contra los talibanes?