“Aliento”: Kim Ki-Duk trabaja de nuevo el amor a tres bandas en un contexto absurdo, pero original
“Aliento”, dirigida por el director Kim Ki-Duk, uno de los representantes de la vanguardia del cine surcoreano, no está a la altura de las mejores obras del cineasta, pero contiene el estilo apasionado de sus rodajes --hay quien lo compara con Almodóvar-- y recuerda a “Hierro 3”. La película, de breve duración, crea una atmósfera deprimente, terminal y erótica.
Sergi Sagués
03/07/2008
El filme trabaja los sentimientos a través de los débiles, aunque cargados emocionalmente, vínculos entre los personajes. Los ingredientes de “Aliento” son el sexo, el silencio y la violencia. La película transmite la frustración provocada por la desesperación de dos vidas vacías: la de una mujer engañada e infeliz con su matrimonio y la de un hombre privado de su libertad y atormentado por su pasado. Trata el tema de los celos y de la pasión en una historia absurda, difícil de creer, pero bonita y de estética onírica.
Yeon (Park Ji-ah), se entera de que su marido tiene una aventura. Por televisión le llamará la atención un condenado a muerte (Chang Chen, uno de los actores fetiches del director de Hong Kong Wong Kar Wai en los filmes “2046” y “Happy together”) que se ha hecho famoso por sus intentos repetidos de suicidio. Yeon se siente identificada con este preso y lo visita, huyendo así del maltrato psicológico a la que la somete su marido.
Escenas eróticas y escenas violentas, con gritos, rompen el ritmo tranquilo y silencioso que abundan en la mayor parte de “Aliento”. En una celda pequeña, donde están encerrados el protagonista y tres presos más, uno de ellos interpretado por el propio Kim Ki Duk, la ausencia de diálogos pone el énfasis en los gestos faciales, en las miradas y en los movimientos como si de mimos se tratase. Contrastes de sentimientos es lo que va a emanar de esta celda donde pequeños toques de humor se juntarán con la irracionalidad presente en pequeñas acciones de crueldad de aire infantil.
La otra dosis de silencio y de interpretación no verbal viene de la mano de Yeon, de su soledad, de la ausencia de comunicación con su marido y su hija, de su existencia desesperada. Quietud, por otra parte, que da un giro de 180 grados en sus encuentros con el condenado, donde la canción y el monólogo muestran una facetas totalmente distintas del excéntrico personaje. Contrastará, de nuevo, con la completa ausencia de palabras por parte de Chen, que tampoco habla enfrente de Yeon.
La puesta en escena es simple y sencilla, pero efectiva. La originalidad visual, recuperando el espíritu experimental de algunas películas que rodó Kim Ki-Duk anteriormente, se plasma en decorados insospechados que sorprenden al espectador. Un apartamento, una cárcel llena de cámaras de vídeo controladas por un director de cárcel voyeur, y una carretera es el limitado espacio en el que se desarrolla la acción, de una historia imposible que a veces llega a parecer creíble.