Redacción
17/12/2007
Para lo bueno y para lo malo, Thaksin dominó la política tailandesa a tal extremo que su salida del poder dejaba en septiembre de 2007 un vacío difícil de llenar.
Tanto, que hasta la fecha la junta militar que dirige el poder desde un segundo plano no ha conseguido erradicar su figura a pesar de que ha permanecido en el exilio de Londres desde entonces.
Incluso los tribunales le han encausado en ausencia, algo que no ha alterado la confianza en el líder que tantos tailandeses depositaron en este político populista conocido como el “berlusconi tailandés” por las múltiples semejanzas con el que fuera primer ministro italiano y gran magnate de los medios de comunicación.
El mote era tanto más apropiado por el hecho de que Thaksin, como “Il cavaliere”, confundía fácilmente entre partido, estado y empresa privada sin demasiados escrúpulos.
Dicho de otra manera, el dinero que amasó como magnate de las telecomunicaciones le permitió alcanzar una popularidad que le facilitó el salto a la política.
Ese estilo poco ortodoxo le valió su éxito y, tras años en el poder, provocó también su fracaso.
La desestabilización que provocó su persistencia en permanecer en el gobierno a pesar del manifiesto descontento popular sumió el país en un callejón sin salida hasta que el Rey Bhumibol tuvo que hacer lo que no suele, intervenir en política para, con el apoyo del ejército, neutralizar a Thaksin.
Pero el magnate-político había generado unas fidelidades que el golpe no ha conseguido disipar; al contrario, el factor víctima ha mantenido vivo el recuerdo de este político heterodoxo capaz de entusiasmar a muchos tailandeses en un proyecto ilusionante.
Precisamente esta ilusión de futuro y de estabilidad es lo que no ha generado el gobierno dirigido por el general retirado Surayud Chulanont, a pesar del prestigio social de este militar, asociado a las buenas relaciones con la monarquía.
Cuando el Rey Bhumibol cumple ochenta años, el país continúa sumergido en un mar de dudas. El monarca, una figura intocable por encima del bien y del mal para la mayoría de los tailandeses, se encuentra delicado de salud. A esta preocupación colectiva por la avanzada edad de Bhumibol, se añade la conciencia de que el golpe no resolvió el principal problema que dejaba Thaksin, la inestabilidad.
Los inversores extranjeros, que como muchos tailandeses avalaron en un principio el golpe como solución al bloqueo político, se encontraron rápidamente desconcertados por algunas medidas de control económico decididas por Bangkok.
Precisamente fueron los controles introducidos sobre los inversores extranjeros en la economía tailandesa el principal motivo de malestar.
El objetivo de Bangkok era atajar uno de los graves problemas que sufre Tailandia y que el final del mandato de Thaksin puso en evidencia, la ausencia de control del gobierno sobre una economía que está en gran medida en manos extranjeras.
Thaksin llegó a vender todo su imperio familiar de las telecomunicaciones a la empresa de inversiones del gobierno de Singapur, Temasek, administrada desde el entorno del patriarca de la ciudad-estado, Lee Kwan Yeu.
De la ilegalidad de dicha operación se derivó la campaña de la oposición que consiguió poner a Thaksin al borde del empujón que, finalmente, le daría el ejército aprovechando un viaje del primer ministro a Estados Unidos.
Los esfuerzos para borrar la figura de Thaksin de la política tailandesa se han revelado vanos a pesar de conseguir procesarle por corrupción e inhabilitarle a él para la política por un período de cinco años.
El partido de Thaksin, Thai Rak Thai, era disuelto y 111 diputados inhabilitados. Pero la formación, de claro corte populista, se reencarnaba en el nuevo PPP, el Partido del Poder Popular.
Esta es la nueva estructura política creada por unos 200 ex diputados de Thai Rak Thai con el objetivo de rentabilizar la herencia de Thaksin en el poder.
Los sondeos indican que es la favorita para las elecciones del 23 de diciembre y el sentimiento general dice que los militares encontrarán la manera para que ninguna otra formación acepte gobernar en coalición con ella.
Porque de volver al gobierno, los hombres de Thaksin le restaurarían en el poder y la política tailandesa entraría en un nuevo círculo concéntrico que la alejaría de la estabilidad alcanzada por sus vecinos para situarla definitivamente en la UVI de la política en el Sudeste Asiático.
En cualquier caso, la cuestión es saber si, y cómo, lograrán los militares disipar las dudas sobre el futuro de Tailandia con la figura de Thaksin planeando sobre la política de Bangkok.