Redacción
26/11/2007
No por muy anunciada resulta menos relevante la victoria de Kevin Rudd ante el conservador John Howard en las elecciones de este 24 de noviembre.
Los sondeos lo pronosticaban sin excepción y los resultados han sido tan claros e inapelables que Howard reconocía la derrota con tan sólo el 75% de los votos escrutados.
Como ya había reiterado a lo largo de toda la campaña electoral, Rudd ha manifestado una vez más, tras la victoria, su intención de dar un giro de
180 grados a la trayectoria seguida por Canberra en los últimos once años.
Las dos líneas más llamativas del nuevo rumbo que Rudd está dispuesto a imponer a la isla continente son su decisión de firmar el Protocolo de Kioto y, en segundo lugar pero no menos importante, la retirada de las tropas de Irak.
El primero es un cambio de gran alcance, puesto que Australia se desmarca de la posición norteamericana y se alinea con Europa. El acuerdo contra el cambio climático gana así un firmante cualitativamente importante.
El segundo, la retirada de tropas de Irak, es sobre todo, un acto simbólico, puesto que el contingente australiano es muy poco numeroso y no está directa
mente implicado en la seguridad, sino en tareas de comunicaciones.
El conservador Howard tenía en la no adhesión al Protocolo de Kioto y el mantenimiento de las tropas en Irak dos de los puntales de su política, así como de su alianza estratégica con Estados Unidos.
En este sentido, la Australia de Kevin Rudd se aleja pues de una Administración Bush en horas bajas y, a la vez, se resitúa respecto a sus vecinos del Pacífico.
Un dato relevante, Kevin Rudd fue embajador en Pekín y habla mandarín, como demostró en la última visita del presidente chino Hu Jintao.
Si bien por su historia Australia no puede dejar de considerarse un país de corte occidental, su posición en el mapa lo hacen un país “asiático” más, especialmente ante la emergencia del Pacífico como nuevo centro del Planeta en el Siglo XXI.
Así lo vieron los gobiernos laboristas a principios de los noventa, hasta que llegaron los conservadores al poder, con Howard a la cabeza. La alianza estratégica con Washington se intensificó a raíz de los atentados del 11S en Estados Unidos y el de Bali en 2002, en el que murieron 88 turistas australianos.
La elección de Rudd no convierte a Australia en un objetivo menor de Al Qaeda, pero sí que la aleja de la Administración Bush precisamente cuando más se manifiesta la endeblez de la política exterior norteamericana.
De nada le han valido a Howard los éxitos en materia económica para contrarrestar el cansancio de la población por una política que había olvidado un reparto equitativo de la riqueza generada.
De hecho, los empresarios australianos han acogido con tranquilidad la victoria de Rudd, puesto que sus ideas en materia fiscal no amenazan el buen curso de la economía australiana, a ojos de la patronal.