‘Summer Palace’, tiempos convulsos para el amor y la libre expresión

Dani Triadó 11/05/2007 El romántico Lou Ye nos adentra en el diario personal de una joven china de raíces rurales cuyas convulsas relaciones sentimentales son el centro de la narración de “Summer Palace”, un íntimo viaje por el tiempo y por las más intensas emociones femeninas.

“Summer Palace” retrata sin tapujos la complejidad de sentimientos que impulsa a una generación de estudiantes chinos a dejarse llevar por la pasión que se manifiesta tanto en sus relaciones personales como en su ira contra el poder.

El descubrimiento de la libertad sexual en la universidad, el valor de la amistad y el placer por lo prohibido se enmarcan en un contexto revolucionario montado a modo de poesía visual cargada de un fuerte erotismo que absorbe al espectador desde el principio del filme.

Y es que Lou recrea una particular mirada sin complejos a la sexualidad, narrada de forma explicita, en una puesta en escena sorprendente viniendo de la puritana sociedad china.

El realizador construye un vínculo entre las historias de amor juvenil y la revolución prodemocrática de Tiananmen, un nexo que ata dos pasiones que se enfrentan a la incomprensión, a la represión, al tiempo y al espacio, en una narración que se desarrolla entre 1988 y 2003 y entre las diferentes Pekín y Berlín.

Pero las protestas de Tiananmen, que Lou recrea con el apoyo de algunas imágenes extraídas de la realidad y que se intercalan con suavidad en la narración, no convierten “Summer Palace” en una película política. La recreación de los hechos de 1989 sirve tan sólo de sostén para ubicar aquello verdaderamente importante, la historia de amor, en un contexto convulso, donde la pasión deberá luchar para sobrevivir.

“Summer Palace” es un ensayo lírico y poético sobre las relaciones sentimentales edificado a través de una narración romántica a la vez que intensa, donde el director penetra en lo más profundo de unas emociones cuya génesis irracional deriva en actos insensatos que atrapan al ser en una espiral de la que es difícil escapar.

A pesar de ser un filme romántico y no político, Lou Ye no ha podido escapar de la censura que, ante su cada vez más abierta sociedad, sigue amenazando la carrera de los realizadores chinos que se atreven a plantar cara a la rigidez y a la inflexibilidad de las autoridades de Pekín.

Sobre el director pesa la enorme carga de no poder rodar en China durante los próximos cinco años, además de tener que observar impotente como su filme ha sido prohibido en su propio país después de saltarse un filtro que, de buen seguro, no hubiese superado -más quizá por las fuertes escenas eróticas que por las revolucionarias- y presentar sin autorización su cinta en el pasado Festival de Cannes.

Eso no ha impedido que Lou se haya hecho con la complicidad de los jurados internacionales que han concedido todo su apoyo a su historia de amor como demuestran su nominación a la Palma de Oro en Cannes y el Durián de Oro conseguido en Barcelona.